- El
cuenco de arena
Sabes
que este año, como todos los años anteriores y todos los que están por llegar,
es cuenco jaspeado rebosará con la arena
que tantas veces acariciaron tus manos. Sabes que sobre ella se erigirán los
juncos metálicos que con tanto mimo forraba de irisados colores antes de
coronarlos con las esferas que semejaban el Universo de dicha. Allá, unos metros
más allá, los riachuelos de papel de estaño rumorearán al paso de los pies
descalzos que busquen el destino estrellado que la cueva peanea. Y todo volverá a saber a ti.
El musgo competirá con las rocas y los chuzos de pino se vestirán con sus mejores galas para
anunciarnos la llegada de la ilusión. Y por más esfuerzos que hagamos para
disimular la congoja que tu ausencia nos provoca, fingiremos inmunidad a los
ojos de quienes están a nuestro alrededor en el camino de ida de sus vidas.
Todo nos traerá tu presencia y con ella llegarán aquellas noches de villancicos
alrededor de la estufa de leña. Volveremos a descolgar el abrigo y la bufanda
allá que se acerquen las doce para renovar el rito de la creencia que todo
inocente da por válida. Allí los años se embarcarán en la nave del regreso para
volver a testimoniar lo dichosos que fuimos al compartirte. Las rugosidades de
las manos trabajadas nos recordarán que fueron capaces de acariciar como sólo
acaricia la verdad. Y las zambombas alternarán desafinados con las panderetas mientras
los “melaos” y al “frita en sartén” destierran a los dulces nacidos de otros
hornos por fríos. Y a pocos metros, las camas acunarán al frío desde los
cauchos de aguas hirvientes, a la espera de su turno que alargaremos de nuevo.
Las castañas crepitarán sobre el estaño y los calabazates darán codazos a los
panes de Cádiz. Volverás a sentirte feliz por hacernos felices y entonces
quedará de manifiesto lo que tan evidente fue y sigue siendo. Todos los días
que nos compartiste supieron a Navidad y eso, te lo aseguro, lo firma el mismo
cuenco de arena que nos habla de ti. Feliz Navidad, mamá.
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