Es tan
breve el amor y es tan largo el olvido
Amanecía y los primeros rayos
del frío se colaban por los visillos de sus párpados sin pedir permiso.
Las idas y venidas del duermevela la
habían llevado de la inquietud a la sonrisa en el vaivén constante que la inconsciencia
promulga en los dominios oníricos. No dejaba traslucir más allá del muro de la
cortesía a sus emociones que acababan dormitando en los versos prestados a pie
de cabecera. Sabía de las mieles del amor y de las hieles del desengaño y los
ayeres se le presentaban más a menudo de lo deseado para recordarle la
fugacidad del tiempo. Tiempo que hoy añadía uno más y que contaría con la
compañía de quienes la acompañaron desde aquellos uniformes cardados con
coletas hace tanto. Sabía que las cercanas fingían envidias ante su libertad
elegida mientras reprendían sin convencimiento a los gritos infantiles que
próximos a ellas se hacían hueco. Había establecido el ritual y este día sería
ella quien soplaría las velas a las que la coquetería negó cifras. Planes inmediatos
que para unas no iban más allá de la cotidianeidad y que para ella surcarían
pasajes para disfrutar de otros lares durante las jornadas que ya llegaban. El
aroma de los cafés y el tintineo de las cucharitas actuaban a modo de ujieres
de ese palacio que lucía el letrero de la soledad sobre la bambalina del
decorado amigable. De modo que los envoltorios pidieron paso y en riguroso
anárquico turno se fueron desnudando. Cada uno firmaba por sí mismo la huella
de la remitente y todo se fundía entre abrazos y besos sinceros. Y entonces,
como sin querer, el último pasó a ser el protagonista. Allí, tras unas tapas
dormían los versos que tantas veces le recitase a la cercanía aquel a quien no
había logrado olvidar. Recitó para sí sin leer lo que en tantas veces le
hiciese suyo y la humedad regresó a su rostro. No fue capaz de negar el
atrevimiento de uno de los infantes cuando inducido por su progenitora se
dispuso a leer para la homenajeada. Una buscaba su galardón en la voz de la
crianza y otra abría la llaga que creyó cerrada. La vieron emocionarse y dieron
por válida su mentira al manifestar como la ternura hacia el versador había provocado aquellas lágrimas. Sintió la
necesidad de recomponer su aspecto y mirando al espejo, regresó a aquel rostro
y gritó para sí “fue tan grande mi amor como triste es tu olvido”.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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