sábado, 6 de diciembre de 2014


      Es tan breve el amor y es tan largo el olvido

Amanecía y los primeros rayos del frío se colaban por los visillos de sus párpados sin pedir permiso. Las  idas y venidas del duermevela la habían llevado de la inquietud a la sonrisa en el vaivén constante que la inconsciencia promulga en los dominios oníricos. No dejaba traslucir más allá del muro de la cortesía a sus emociones que acababan dormitando en los versos prestados a pie de cabecera. Sabía de las mieles del amor y de las hieles del desengaño y los ayeres se le presentaban más a menudo de lo deseado para recordarle la fugacidad del tiempo. Tiempo que hoy añadía uno más y que contaría con la compañía de quienes la acompañaron desde aquellos uniformes cardados con coletas hace tanto. Sabía que las cercanas fingían envidias ante su libertad elegida mientras reprendían sin convencimiento a los gritos infantiles que próximos a ellas se hacían hueco. Había establecido el ritual y este día sería ella quien soplaría las velas a las que la coquetería negó cifras. Planes inmediatos que para unas no iban más allá de la cotidianeidad y que para ella surcarían pasajes para disfrutar de otros lares durante las jornadas que ya llegaban. El aroma de los cafés y el tintineo de las cucharitas actuaban a modo de ujieres de ese palacio que lucía el letrero de la soledad sobre la bambalina del decorado amigable. De modo que los envoltorios pidieron paso y en riguroso anárquico turno se fueron desnudando. Cada uno firmaba por sí mismo la huella de la remitente y todo se fundía entre abrazos y besos sinceros. Y entonces, como sin querer, el último pasó a ser el protagonista. Allí, tras unas tapas dormían los versos que tantas veces le recitase a la cercanía aquel a quien no había logrado olvidar. Recitó para sí sin leer lo que en tantas veces le hiciese suyo y la humedad regresó a su rostro. No fue capaz de negar el atrevimiento de uno de los infantes cuando inducido por su progenitora se dispuso a leer para la homenajeada. Una buscaba su galardón en la voz de la crianza y otra abría la llaga que creyó cerrada. La vieron emocionarse y dieron por válida su mentira al manifestar como la ternura hacia el versador  había provocado aquellas lágrimas. Sintió la necesidad de recomponer su aspecto y mirando al espejo, regresó a aquel rostro y gritó para sí “fue tan grande mi amor como triste es tu olvido”.  

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