jueves, 4 de diciembre de 2014


     El daño

Ese  puñal arrojadizo que se nos escapa de las manos queriendo o sin querer y acaba buscando la diana tantas veces inmerecida. Esa daga que se afana en salir a la luz para seccionar el vínculo que tenue se mostraba, indefenso, frágil, caduco. Esa saeta que por premura o falta de reflexión surca el cielo para clavarse en quien menos la esperaba. Así, así es el daño que de modo consciente o inconsciente suele tacharnos los comportamientos en más de una ocasión y que se tatúa en nuestra piel a modo de recordatorio perpetuo. Y las mil maneras de manifestarse varían entre la inmadurez, el miedo, la insensatez. Una palabra dicha a destiempo, un desaire inapropiado, una broma absurda, desencadenan el torrente de desilusiones que acabarán  arrastrándote por los cauces de la imposibilidad de la vuelta atrás. Sólo los egoístas carecerán de tal penitencia porque se habrán amoldado el mundo a su antojo y permanecerán inmunes al dolor ajeno. Poco importará si las arrugas del alma que provoquen les reclaman arrepentimiento  porque ellos no saben del mismo y no lo adoptarán. Lucharán con todas sus fuerzas para imponerse en todos los ámbitos en los que su mirada se deposite y no pararán por más que los cascos de sus caballos golpeen febrilmente Les da igual y su conciencia la bruñen con la pátina del engreimiento. Pobres desgraciados que ni siquiera en las peores de las situaciones mostrarán compasión. Siempre tendrán a alguien a quien culpar en su ciega mirada en derredor. A lo peor aducirán arrepentimientos ajenos como salvaguarda de su propio cinismo y así sobrevivirán a las penurias por ellos provocadas. Seres imperdonables a los que se les augurará un final tan abyecto  como fueron ganando a pulso. Porque, eso sí, si dispusieron de la posibilidad de echarlo, jugaron con las reglas para salir triunfadores. Gente que mirará alzando el cuello no para contemplar el cielo sino para someter a los cercanos desde la atalaya de sus ojos. Serán tan aborrecibles que perecerán bajo el reflejo de su propio mal, aunque lo ignoren. Creo que ya les estamos poniendo rostro a más de uno, así que no seguiré. Lo que sí pido al destino es la posibilidad de mostrarme el mío si por una vez, provoco el daño, y hago sufrir. Vivir con esa carga sería tan pesado que no encontraría consuelo jamás, por más intentos de desviar el rostro que intentase.   

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