El daño
Ese puñal arrojadizo que se nos escapa de las
manos queriendo o sin querer y acaba buscando la diana tantas veces inmerecida.
Esa daga que se afana en salir a la luz para seccionar el vínculo que tenue se
mostraba, indefenso, frágil, caduco. Esa saeta que por premura o falta de
reflexión surca el cielo para clavarse en quien menos la esperaba. Así, así es
el daño que de modo consciente o inconsciente suele tacharnos los
comportamientos en más de una ocasión y que se tatúa en nuestra piel a modo de
recordatorio perpetuo. Y las mil maneras de manifestarse varían entre la
inmadurez, el miedo, la insensatez. Una palabra dicha a destiempo, un desaire
inapropiado, una broma absurda, desencadenan el torrente de desilusiones que
acabarán arrastrándote por los cauces de
la imposibilidad de la vuelta atrás. Sólo los egoístas carecerán de tal
penitencia porque se habrán amoldado el mundo a su antojo y permanecerán
inmunes al dolor ajeno. Poco importará si las arrugas del alma que provoquen
les reclaman arrepentimiento porque
ellos no saben del mismo y no lo adoptarán. Lucharán con todas sus fuerzas para
imponerse en todos los ámbitos en los que su mirada se deposite y no pararán
por más que los cascos de sus caballos golpeen febrilmente Les da igual y su
conciencia la bruñen con la pátina del engreimiento. Pobres desgraciados que ni
siquiera en las peores de las situaciones mostrarán compasión. Siempre tendrán
a alguien a quien culpar en su ciega mirada en derredor. A lo peor aducirán
arrepentimientos ajenos como salvaguarda de su propio cinismo y así
sobrevivirán a las penurias por ellos provocadas. Seres imperdonables a los que
se les augurará un final tan abyecto
como fueron ganando a pulso. Porque, eso sí, si dispusieron de la
posibilidad de echarlo, jugaron con las reglas para salir triunfadores. Gente
que mirará alzando el cuello no para contemplar el cielo sino para someter a
los cercanos desde la atalaya de sus ojos. Serán tan aborrecibles que perecerán
bajo el reflejo de su propio mal, aunque lo ignoren. Creo que ya les estamos
poniendo rostro a más de uno, así que no seguiré. Lo que sí pido al destino es
la posibilidad de mostrarme el mío si por una vez, provoco el daño, y hago
sufrir. Vivir con esa carga sería tan pesado que no encontraría consuelo jamás,
por más intentos de desviar el rostro que intentase.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
No hay comentarios:
Publicar un comentario