Cuatro años y un día
Tras no pocas opciones y descartes decidí titularlo
así. A modo y manera de una condena a la que enfrentarse el título daba
respuesta a lo que a través de las páginas siguientes iría apareciendo y
revelándose contra la desmemoria de los años. Un libro en el que la suma de
relatos actuó como capítulos conexos de todas las peripecias recordadas y
vividas por aquellos adolescentes que fuimos. Adolescentes que en busca de un
futuro a mejor fuimos paganos de una taxativa separación de nuestra infancia y
un pasaporte a la adolescencia sin cuñar se nos fue ofrecido. Tiempos de
soledades compartidas con quienes acabaron siendo parte de ti. Jornadas
inacabables entre los pupitres y las zonas de recreo subsistiendo a la
permanente vigilancia por los custodios franciscanos que ejercieron
cumplidamente con su labor. Y con todo ello, el reflejo positivo de aquella
etapa como si quisiera el subconsciente alejar del dolor lo dañino. Tardes de
invierno en las que el frío penetraba por los resquicios del alma para dar
cuenta de aquellas consignas de nosotros mismos en las que nos convertimos.
Espacios en los que a modo de islas dejábamos claros los dominios sin aceptar
usurpaciones. Vueltas y vueltas a unos juegos en los que las revanchas se
aplazaban unas horas y se volvían en tu contra al menor descuido. Eternas
tardes de estudio con el silencio como vigía permanente intentando celar los vuelos. Nadie fue capaz de ponerle cerco
a los sueños que en aquellos púberes campaban a sus anchas. Permeabilizados con
conocimientos que a la corta resultaron ser más prescindibles que lo que el
propio temor a no adquirirlos se empeñaba en pregonar. Una reclusión en la que
las penurias se diluían y las alegrías se eternizaban buscando árnica para las
primeras. En definitiva, un compendio de todo aquello que será difícil de
entender por parte de quienes no pasaron por dicha experiencia. Futuros que
apuntaron alto y quedaron en medianías y viceversa fueron dando respuesta a las
curiosidades que el interrogante de los calendarios lanzó décadas después. A
modo de corolario, aquello que fue, ya no es. El destino le tenía reservado
otro papel y aquellas paredes que se alzaron como refugios interiores,
cambiaron de argumento. Si alguien sigue recordando de tal modo aquel periodo
posiblemente llegue a la misma conclusión. Pese a todo, por encima de todo, y
gracias a todo, mereció la pena. Nada tiene sentido cuando se intenta rebobinar
una vida que no encuentra su vuelta
atrás. Lo único que nos queda es darle el beneplácito de haberla vivido como
sólo el recuerdo es capaz de hacerlo: ocultando las lágrimas y sonriendo
compasivamente hacia uno mismo.
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