lunes, 4 de septiembre de 2017


El asombroso viaje de Pomponio Flato



A veces el destino se cruza y a modo de tahúr maneja las cartas de modo irónico. Así resultó en el paseo por la estación de Atocha mientras esperaba la salida del AVE de regreso. Jordania quedaba atrás y entre los paseos rutinarios acabé en la librería que redentora se ofrecía como adecuado entretenimiento. Hojear páginas de varios títulos y al final decidirme por Eduardo Mendoza no resultó demasiado costoso y dado que la zona visitada era próxima a la relatada, decidí empezar a leer. Resulta que estamos en época de Jesucristo mozalbete un patricio llamado Pomponio y apellidado Flato sigue las pistas de unas fuentes de eterna juventud de cuya existencia tuvo constancia en algún manuscrito leído. Fuentes que resultaron ser charcas infectas en cuyas aguas encontró la purificación rayana a la disentería extrema. Fuentes que empecé a sospechar que fuesen las mismas que suministraban agua a mi última parada en Ramada y que propiciaron mi solidaridad con semejante protagonista siglos después. El tal Pomponio logra subsistir y una vez recompuesto se ve inmerso en un caso detectivesco. Han asesinado a un prohombre y es cuestión de dar con el culpable del que nada se sabe. Ante la falta de pruebas las miradas de los jueces se fijan en José, padre putativo de Jesús, pulcro carpintero y próximo reo. Sumiso como tantas veces nos ha sido mostrado, se deja llevar por los acontecimientos como si añorase en las Escrituras Apócrifas un hueco protagonista que siempre se le negó.  Haceos una idea de la locura de argumento que empezaba a sonar a “La vida de Bryan”. Añadid a todo esto a un Cristo en su más pura esencia de crío canalla y llegaréis a la prueba irrefutable de considerar, si es que aún no lo habíais hecho, a Mendoza como un genio de las letras. Un hazmerreir continuo desde la más irreverente de las situaciones. Un modo de bajar a pie de calle a quienes tantas veces la santidad ha encumbrado a los púlpitos devocionarios como si su parte humana no existiera. No os la perdáis porque si lo hacéis estaréis obviando una novela que pone un punto y aparte entre los altares y la razón. Merece la pena buscar entre sus líneas las fuentes de la eterna juventud, que si usamos de la lógica, puede que nos lleven a un epílogo de carcajadas y un aplauso final. Lo demás, con un astringente, solucionado.    

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