domingo, 5 de junio de 2016


  1. Valencia



Desde aquella primera vez que la vi, supe que algo en ella me retendría para siempre. Puede que fuese la luz de sus amaneceres, el aroma de las brisas que llegan del Cabanyal, la anarquía del diseño de algunos trazados callejeros,  o algo que todavía sigo sin descubrir después de tantos años;  no hay duda de que soy gustoso cautivo de su alma. La vertebración que el Turia origina a modo de verde pasillo tanto tiempo reclamado consigue unir a ambas riberas como si una mano anónima pintase sobre un lienzo inmaculado pasados y futuros. Saltos que curvan al Carmen ocultando a Velluters dan paso a la Ciutat Vella que habla de su mirada mediterránea cuatribarrada como vela mayor de un barco dispuesto a navegar confiado a su suerte. El incienso de los naranjos azaharados anticipan primaveras nada más despuntar Marzo y los truenos polvóreos invitan a la fiesta. Todas las aceras se pueblan de pasos venidos como interrogantes que acabarán siendo unos más. Las torres custodias de puertas abiertas impedirán que la luna ejerza de carcelera al que tarda en buscar refugio. Las callejas dedicadas a los prohombres lucirán estandarte de cerámica en el que dejar patente su origen morisco. Y las campanas tañerán como sólo saben tañer la alegría ante el desespero de quien sigue sin ver el lado optimista de sus gentes. Y los jardines dedicarán azaleas y parterres a los enamorados que volverán a declararse perpetuidad mientras una dulzaina se oye de lejos. Poco  importará que Octubre vengativo decida llorar desesperado desde el cielo. Volverá a resurgir como ave fénix a la espera de un nuevo brotar de las espigas del marjal.  Los museos seguirán esperando ansiosas visitas en las que destilar sapiencia y arte a partes iguales. De nada servirá el intento de buscar la soledad en esta ciudad en la que la Soledad ni se conoce ni se admite. Más allá del horizonte que la línea del crepúsculo trace, las maquetas comenzarán a cobrar vida en forma de cartón piedra sabiendo que su ciclo anual  debe cumplirse para perpetuarse. Ciudad en la que empecé a ser y a la que se suma todo aquel que acaba asumiendo este caótico discurrir que diseña la Huerta. Generosa hasta el extremo de ser capaz de dibujar una línea que arañe a las nubes para que quienes echan de menos a las cumbres no tengan motivos para abandonarla. Cruce cultural en cuyos barrios se sigue percibiendo la jaima que otrora extendiesen quienes concibieron a Valencia como nexo de unión cultural en la que ningún forastero será tomado por extraño.  Desde aquella primera vez que la vi, supe que algo en ella me retendría para siempre y sigo creyéndolo cada vez, que desde el espigón del puerto, lanzo a las brisas el ancla de mi alegría que encalla en las dunas y en ellas permanece.      



No hay comentarios:

Publicar un comentario