- Valencia
Desde
aquella primera vez que la vi, supe que algo en ella me retendría para siempre.
Puede que fuese la luz de sus amaneceres, el aroma de las brisas que llegan del
Cabanyal, la anarquía del diseño de algunos trazados callejeros, o algo que todavía sigo sin descubrir después
de tantos años; no hay duda de que soy
gustoso cautivo de su alma. La vertebración que el Turia origina a modo de
verde pasillo tanto tiempo reclamado consigue unir a ambas riberas como si una
mano anónima pintase sobre un lienzo inmaculado pasados y futuros. Saltos que
curvan al Carmen ocultando a Velluters dan paso a la Ciutat Vella que habla de
su mirada mediterránea cuatribarrada como vela mayor de un barco dispuesto a
navegar confiado a su suerte. El incienso de los naranjos azaharados anticipan
primaveras nada más despuntar Marzo y los truenos polvóreos invitan a la
fiesta. Todas las aceras se pueblan de pasos venidos como interrogantes que
acabarán siendo unos más. Las torres custodias de puertas abiertas impedirán
que la luna ejerza de carcelera al que tarda en buscar refugio. Las callejas
dedicadas a los prohombres lucirán estandarte de cerámica en el que dejar
patente su origen morisco. Y las campanas tañerán como sólo saben tañer la
alegría ante el desespero de quien sigue sin ver el lado optimista de sus
gentes. Y los jardines dedicarán azaleas y parterres a los enamorados que
volverán a declararse perpetuidad mientras una dulzaina se oye de lejos.
Poco importará que Octubre vengativo
decida llorar desesperado desde el cielo. Volverá a resurgir como ave fénix a
la espera de un nuevo brotar de las espigas del marjal. Los museos seguirán esperando ansiosas
visitas en las que destilar sapiencia y arte a partes iguales. De nada servirá
el intento de buscar la soledad en esta ciudad en la que la Soledad ni se
conoce ni se admite. Más allá del horizonte que la línea del crepúsculo trace,
las maquetas comenzarán a cobrar vida en forma de cartón piedra sabiendo que su
ciclo anual debe cumplirse para
perpetuarse. Ciudad en la que empecé a ser y a la que se suma todo aquel que acaba
asumiendo este caótico discurrir que diseña la Huerta. Generosa hasta el
extremo de ser capaz de dibujar una línea que arañe a las nubes para que quienes
echan de menos a las cumbres no tengan motivos para abandonarla. Cruce cultural
en cuyos barrios se sigue percibiendo la jaima que otrora extendiesen quienes
concibieron a Valencia como nexo de unión cultural en la que ningún forastero
será tomado por extraño. Desde aquella
primera vez que la vi, supe que algo en ella me retendría para siempre y sigo
creyéndolo cada vez, que desde el espigón del puerto, lanzo a las brisas el
ancla de mi alegría que encalla en las dunas y en ellas permanece.
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