jueves, 9 de junio de 2016


    Bicicletas para el verano

Resulta que en virtud a la orografía de Valencia la bicicleta se me antoja un medio fenomenal para transitar por ella. Testigo directo es mi dama de hierro que acaba de cumplir veintiún años y apenas ha necesitado retoques; más bien he sido yo el que he precisado dárselos para poder seguir saliendo a pasear con ella. De hecho, en más de una ocasión, cuando el tiempo cronológico lo permite, llegar hasta el litoral con ella es un placer absoluto; dejarse la vista en el horizonte en el que los veleros surcan las olas y los cruceros se pelean por un hueco en la dársena de rigor, no deja de ser un espectáculo siempre sorprendente. En cualquier caso, nada más curioso que comprobar cómo llegado el fin de semana, esta misma opción cicloturista la comparten seres por individual, e incluso por familias completas. Salvo alguna rampa de escasa importancia, ninguna dificultad se asoma  hasta llegar a  las arenas en busca del salitre. Y ahí en donde la sorpresa aparece en mitad de la mañana del fin de semana. Por un lado observas a los agentes de la autoridad a lomos de un quad surcando las dunas como beduinos uniformados en ejercicio pulcro de su profesión. Por otro lado, de nuevo un quad, esta vez pilotado por el encargado de turno de los chiringuitos, el que se mueve como dromedario aprovisionador de castea en caseta. Todo cotidiano, todo normal, todo asumido. Y en las proximidades, sin molestar a nadie, sin contaminar en absoluto, las bicicletas tostándose a la par que sus dueños a la espera del regreso. Y ahí, no, eso sí que no, para nada; siguiendo las normativas que alguien ha tenido a bien discurrir, se apercibe al dueño del biciclo a que abandone las arenas bajo la advertencia de una próxima multa si no la retira a no se sabe dónde. O sea, que por un lado abro vías ecológicas por las que transitar y a la par impido el acceso al parque natural que las arenas ofrecen al vehículo no contaminante que sigue  preguntándose por la irracionalidad de la ordenanza. Tal y como está el patio, sería una quimera pensar en dejarla amarrada a cientos de metros de la toalla sobre la que te tumbas; lo más probable es que ya no estuviese al ir a buscarla. De ahí que resulte incongruente en grado sumo potenciar y coartar a la vez. Parecería razonable que se le prohibiese el paso si la afluencia fuese tan ingente que no hubiese espacio para las personas; pero cuando el espacio es sobrado y a tu lado aparecen tribus cargadas con neveras portátiles arrastradas por carritos bomboneros, o el despliegue de sombrillas parece  anunciar la toma de la Bastilla arenera, resulta chocante que el sentido lógico no se imponga. Igual el paso siguiente también prohíbe el asentamiento de las sombras portátiles y luego claman para que nos protejamos ante los rayos U.V.A.  excesivos. Por si acaso, mi Margaret no tomará el sol conmigo; son demasiados años juntos para verme en la obligación de atarla lejos de mi vista mientras me bronceo y no podría soportar su ausencia.     



Jesús(defrijan)

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