1.
Las
reglas del juego
Son aquellas
que se establecen antes de empezar a competir para evitar decisiones
caprichosas a mitad de la partida. Ellas, las reglas, se encargarán en mayor o
menor medida de poner un punto de equilibrio justo al desarrollo del juego y
darán por válido el resultado final. De modo que mal que nos pese si salimos
perdedores o por mucho que nos alegremos al salir victoriosos hemos de
asumirlas como irremediable balanza de justicias. De poco servirá quejarse de
las normas una vez que hemos sido derrotados por mucha indignación que nos
vista; de nada servirá quejarse de las estrategias desarrolladas cuando el resultado es inamovible; de nada servirá
culpar a los que no han perdido de acomodaticios aficionados a dejarse manejar
aunque parezcan aborregados acólitos de unos colores. El encuentro ha concluido y todos los análisis a posteriori
deberán ir encaminados a cambiar de táctica o de titulares en un próximo
enfrentamiento. Y si aquellos que, sin ganar lucen escarapelas de vencedores, aunque
sigan festejando su no derrota, que se lo hagan mirar. Nada hay más penoso que
asumir como triunfo lo que no lo es y dar por buena la no consecución de
objetivos del equipo rival. Entre unos y otros han acabado por hastiar a los
espectadores y entre otros y unos nos vemos en la repetición de las peores
jugadas que invitan al hastío. Acaba de concluir una eliminatoria y no hay
vuelta atrás. Ahora, desde los vestuarios, cuando la ducha haya hecho
recapacitar a todos los contendientes, será el momento de plantearse en qué se
han equivocado y cuál será la reacción a estudiar. Lo que en ningún caso será
admisible es desde ninguno de los banquillos se linotipien titulares en los que
la rabia contenida lance dardos hacia los espectadores rivales que decidieron
aplaudir y apoyar a otros colores. Si las reglas del juego no son las
adecuadas, que se cambien, pero eso sí, antes de comenzar la revancha. Todo lo
demás no será nada más que pataletas de malos perdedores o soberbias absurdas
de torpes vencedores. Si así no se asume, podría darse el caso de que alguien acabase
cuestionando si merece la pena participar de estas disputas y entonces las
reglas seguro que no nos gustaban a ninguno. Patético resulta sentirse ganador desde el miedo
y patético resulta verse perdedor desde la rabia y el insulto. Ningunas de las
dos opciones merecen que se vistan con sus colores nuestros deseos. Alguien dijo que la
democracia era la dictadura de la mayoría, y sólo recordarlo, provoca inquietud.
Jesús(defrijan)
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