lunes, 27 de junio de 2016


1.       Las reglas del juego

Son aquellas que se establecen antes de empezar a competir para evitar decisiones caprichosas a mitad de la partida. Ellas, las reglas, se encargarán en mayor o menor medida de poner un punto de equilibrio justo al desarrollo del juego y darán por válido el resultado final. De modo que mal que nos pese si salimos perdedores o por mucho que nos alegremos al salir victoriosos hemos de asumirlas como irremediable balanza de justicias. De poco servirá quejarse de las normas una vez que hemos sido derrotados por mucha indignación que nos vista; de nada servirá quejarse de las estrategias desarrolladas cuando  el resultado es inamovible; de nada servirá culpar a los que no han perdido de acomodaticios aficionados a dejarse manejar aunque parezcan aborregados acólitos de unos colores. El encuentro  ha concluido y todos los análisis a posteriori deberán ir encaminados a cambiar de táctica o de titulares en un próximo enfrentamiento. Y si aquellos que, sin ganar lucen escarapelas de vencedores, aunque sigan festejando su no derrota, que se lo hagan mirar. Nada hay más penoso que asumir como triunfo lo que no lo es y dar por buena la no consecución de objetivos del equipo rival. Entre unos y otros han acabado por hastiar a los espectadores y entre otros y unos nos vemos en la repetición de las peores jugadas que invitan al hastío. Acaba de concluir una eliminatoria y no hay vuelta atrás. Ahora, desde los vestuarios, cuando la ducha haya hecho recapacitar a todos los contendientes, será el momento de plantearse en qué se han equivocado y cuál será la reacción a estudiar. Lo que en ningún caso será admisible es desde ninguno de los banquillos se linotipien titulares en los que la rabia contenida lance dardos hacia los espectadores rivales que decidieron aplaudir y apoyar a otros colores. Si las reglas del juego no son las adecuadas, que se cambien, pero eso sí, antes de comenzar la revancha. Todo lo demás no será nada más que pataletas de malos perdedores o soberbias absurdas de torpes vencedores. Si así no se asume, podría darse el caso de que alguien acabase cuestionando si merece la pena participar de estas disputas y entonces las reglas seguro que no nos gustaban a ninguno.  Patético resulta sentirse ganador desde el miedo y patético resulta verse perdedor desde la rabia y el insulto. Ningunas de las dos opciones merecen que se vistan con sus  colores nuestros deseos. Alguien dijo que la democracia era la dictadura de la mayoría, y sólo recordarlo, provoca inquietud.   

Jesús(defrijan)    

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