1.
Corredores, ciclistas, paseantes, saltimbanquis,
…..
Y algún espécimen más que se me escapa son los que a medida
que la tarde llega aparecen de las veredas del asfalto y ocupan el cauce.
Quizás debería incluirme, aunque la no asiduidad constante, me hace apartarme a
un lado. Lo cierto y verdad es que aquel reclamo que pedía un verde corredor
seco de aguas desviadas al Plan Sur, ha surgido como fontana saciante de deseos
de ponerse en forma y ello sigue. Por hábito acabo comprobando que las horas se
distribuyen con arreglo al fin de la jornada laboral. Los hay más prefacios y
los hay más epílogos; los hay más equipados y los hay conjuntados tras un
atuendo publicitario; los más enérgicos
y los hay más pausados; los hay con perro y los hay huérfanos de ellos; los hay
de todos los colores y ritmos. Hasta el punto de que aquello que en años fuese
un páramo olvidado se ha convertido en una autopista de pulsaciones a tope de
ocupación. De modo que si tienes la infeliz idea de hacerte acompañar por las
melodías del mp3 lo más probable es que tu aislamiento conduzca a ser un objeto
móvil en constante peligro o que tú mismo seas el peligro para otros. A todo lo
anterior añadamos el paso de quienes no optan por el deporte pero buscan el
acceso a la otra parte sin pasar por semáforos y ya el tumulto está asegurado y
la adrenalina dispuesta a salir al torrente sanguíneo. El perro que ha
conseguido liberarse de sus amarres no entenderá de cedas el paso. El niño que
da sus primeros pasos en bici sin pedales, se sentirá como futuro motero y
quemará ruedas a su antojo. L os corredores buscarán entre los pinos la meta
del Maratón diario en grupo como si el Serengueti valenciano necesitara de su
diario paso. Los ciclistas más intrépidos soñarán que disputan al sprint el
final de una etapa en el Tourmalet
azaharado. Los pegapedaladas
bastante tendremos con sortear cualquier obstáculo y salir ilesos. Y de
cuando en cuando los timbales africanos lanzarán al viento sus mensajes entre las milenarias piedras que algún parkour principiante saltará huyendo de su propio
miedo a partirse la crisma. En definitiva, un maremágnum de disciplinas a las
que añadir a los entrenadores personales poniendo manos a la obra en convertir
fofas carnes en turgentes músculos. Añadamos al colofón de este estadio
olímpico a los guerreros nórdicos
liándose a mamporros entre sí en un torneo sin caballos que ya hubiese
soñado para su ejército Braveheart. Sea
cual sea la disciplina elegida, amigos míos, tendréis un hueco, mínimo, eso sí,
para practicar lo que más os apetezca. Si el deporte no es lo vuestro, sentaos
en cualquier tronco caído, quedaos en cualquier pérgola recién podada y
disfrutad del espectáculo; las representaciones son diarias y el precio merece la pena.
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