Como éramos pocos…
Por si no estaba bastante congestionado el antiguo cauce del
Turia, ahora además, se ha convertido en un curso de peregrinación. Pase porque
en un intento de clonar a los americanos más chics, los tramos próximos al
Palau de la Música, se vistan de fiesta cumpleañera y cuelguen de los pinos
globitos como nidos de procesionarias; pase porque en la zona próxima a las
Torres de Serranos, aquellos llegados del altiplano andino rememoren añoranzas a base de vallenatos, cumbias y
demás sones sobre las polleras colorás; pase que el recodo del Puente de san
José se convierta en un polideportivo en el que el beisbol y el rugby compitan
en atención con los patinadores proclives a los esguinces; pase porque todo
esto suceda y le dé colorido al paso de corredores y ciclistas. Pero lo que ya
me parece excesivo es que usando la senda de las aguas ocultas, un cúmulo de
banderas de casi todas las tendencias se fundan entre sí bajo la advocación
mariana y lo vítores del chamán de turno. Así lo comprobé el sábado por la
tarde cuando intentaba quitarme de encima la modorra siestera y aún no he
salido de mi asombro. Paré los pedales y no pude menos que aproximarme a ver de qué iba aquello. Ya el ver proclamas
que invitaban al rezo grafiadas sobre las banderas me causó cierta sorpresa. De
modo que pedí permiso para fotografiarlas y en ese momento, un encargado de la
seguridad, no sé si mía o la de ellos, comenzó a explicarme los motivos de
aquella marcha. Porque efectivamente era una marcha que comenzó seis kilómetros más abajo y remontaba hacia
el Parque de Cabecera. En lugar de escuchar consignas patriotas, o
nacionalistas, o de cualquier otro signo, la invocación iba dirigida a la
Divinidad rogándole sensatez para aquellos que intentan desmoronar lo ya construido.
Allí era impensable colocar una etiqueta
identificativa para todos ellos así que oí sin escuchar al buen hombre que
intentaba ganarme para su causa y aduciendo necesidades físicas de eliminar
toxinas intenté alejarme. Vano esfuerzo. En el momento en que empezaba a
pedalear una sonrisa de oreja a oreja desde casi dos metros de altura me
buscaba como diana. Dijo conocerme de veces anteriores y aquello sí que fue el
límite. No sé si fue miedo a lo desconocido o ignorancia ante el estupefaciente
que llevaría encima aquel iluminado, pero puedo aseguraos que batí el record
personal de pedaleo. Llegué al final y al regresar aquellos había accedido a
las inmediaciones del Bioparc. Imagino
que alguna fiera desde el solaz del espacio en el que se ven cautivas les daría
la razón y añadirían a sus plegarias una liberación jumanjiana hacia los
espacios abiertos. Esta tarde, si vuelvo a pasar, lo comprobaré y ya os cuento.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario