lunes, 13 de junio de 2016


       Como éramos pocos…

Por si no estaba bastante congestionado el antiguo cauce del Turia, ahora además, se ha convertido en un curso de peregrinación. Pase porque en un intento de clonar a los americanos más chics, los tramos próximos al Palau de la Música, se vistan de fiesta cumpleañera y cuelguen de los pinos globitos como nidos de procesionarias; pase porque en la zona próxima a las Torres de Serranos, aquellos llegados del altiplano andino rememoren  añoranzas a base de vallenatos, cumbias y demás sones sobre las polleras colorás; pase que el recodo del Puente de san José se convierta en un polideportivo en el que el beisbol y el rugby compitan en atención con los patinadores proclives a los esguinces; pase porque todo esto suceda y le dé colorido al paso de corredores y ciclistas. Pero lo que ya me parece excesivo es que usando la senda de las aguas ocultas, un cúmulo de banderas de casi todas las tendencias se fundan entre sí bajo la advocación mariana y lo vítores del chamán de turno. Así lo comprobé el sábado por la tarde cuando intentaba quitarme de encima la modorra siestera y aún no he salido de mi asombro. Paré los pedales y no pude menos que aproximarme  a ver de qué iba aquello. Ya el ver proclamas que invitaban al rezo grafiadas sobre las banderas me causó cierta sorpresa. De modo que pedí permiso para fotografiarlas y en ese momento, un encargado de la seguridad, no sé si mía o la de ellos, comenzó a explicarme los motivos de aquella marcha. Porque efectivamente era una marcha que comenzó  seis kilómetros más abajo y remontaba hacia el Parque de Cabecera. En lugar de escuchar consignas patriotas, o nacionalistas, o de cualquier otro signo, la invocación iba dirigida a la Divinidad rogándole sensatez para aquellos que intentan desmoronar lo ya construido. Allí era  impensable colocar una etiqueta identificativa para todos ellos así que oí sin escuchar al buen hombre que intentaba ganarme para su causa y aduciendo necesidades físicas de eliminar toxinas intenté alejarme. Vano esfuerzo. En el momento en que empezaba a pedalear una sonrisa de oreja a oreja desde casi dos metros de altura me buscaba como diana. Dijo conocerme de veces anteriores y aquello sí que fue el límite. No sé si fue miedo a lo desconocido o ignorancia ante el estupefaciente que llevaría encima aquel iluminado, pero puedo aseguraos que batí el record personal de pedaleo. Llegué al final y al regresar aquellos había accedido a las inmediaciones del Bioparc.  Imagino que alguna fiera desde el solaz del espacio en el que se ven cautivas les daría la razón y añadirían a sus plegarias una liberación jumanjiana hacia los espacios abiertos. Esta tarde, si vuelvo a pasar, lo comprobaré y ya os cuento.   



Jesús(defrijan)

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