viernes, 28 de octubre de 2016


Cachitos picantes

Lo primero que me llamó la atención fue la presencia de Woody Allen en la película, pero como actor, no como director. De modo que me puse a verla y a los breves minutos tuve que rebobinar para seguir el hilo de esta locura argumental. Woody (Tex), carnicero de día y mago de noche, está casado con una señorita (Sharon Stone) que le es infiel, sobre todo, con el sheriff del condado ( Kiefer Sutherland) en los límites de la frontera con Méjico. De modo que decide ejecutar un último truco de magia a peor con la susodicha y aprovechando las dotes de carnicero, una vez fallecida, la trocea, carga sus partes en la camioneta, cruza la frontera y entierra el puzle en territorio mariachi. Bueno, casi todo, el puzle de miembros corporales. Tranquilos, podría parecer una película gore y nada más lejos de la realidad. A la mañana siguiente, una anciana ciega, realiza a pie el camino opuesto al de la camioneta, tropieza con algo, cae al suelo y, tras recomponer la compostura, ¡zas!, recupera la visión. Observa que un antebrazo seccionado mantiene el dedo corazón erguido y los demás cerrados y decide darle pábulo a la idea de considerar a aquel antebrazo como reliquia milagrosa de vaya usted a saber quién. Y aquí empieza el desparrame de locura en la aldea. Gentes venidas del Vaticano buscando dar fe del milagro; devotos que piden favores al muñón alargado y los reciben de inmediato; alcalde que quiere sacar partido de la situación y hacerse rico; todo un abanico de tenderetes y productos de márquetin al pairo del milagro; un sacerdote apuesto que acaba rindiéndose a los encantos de una feligresa que le acosa y seduce;  y un sheriff que busca sin parar el paradero de su amante sin encontrarlo, hasta que lo encuentra, y encuentra algo más que no esperaba. A todo esto añadid las apariciones nocturnas de la susodicha que se ha erigido como virgen a la que rendir jaculatorias en mitad de las pesadillas de su astado marido. Un ir y volver desde el cactus de la carcajada al polvo de la cantina en donde el tequila apacigua ánimos. Una pista de despegue abierta a la sátira en la que los personajes representan las mayores bajezas del ser humano y a la vez se hacen querer por la ternura que transmiten. Una singular muestra de cómo el humor puede aparecer desde cualquier circunstancia y entorno a nada que el guion sea coherente con un hilo conductor. Si tenéis ocasión, no os la perdáis;  pocas veces se mezclaron géneros cinematográficos tan dispares con resultado tan excelente y divertido. Cuando alguna vez pase cerca de algún santuario pasaré a la sacristía para echar un vistazo a las reliquias céreas allí existentes. Supongo que el cetro cárnico de aquella casquivana no estará entre ellas, pero bueno, por si acaso, prestaré atención a lo que allí se exhiba.

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