miércoles, 19 de octubre de 2016

La música del azar
Todo comienza como suelen comenzar los sueños. Un toque de fortuna inesperado por un tipo de vida gris, alejado de un padre con el que no congenia, acaba ser declarado heredero de una fortuna paterna con la que no contaba. Tras el impacto inicial, todo el abanico de posibilidades quiméricas empiezan a delinearse sobre el piso de la realidad y una nueva vida se le ofrece. Recoge velas, despliega cálculos, adquiere el vehículo adecuado y emprende ruta hacia el oeste. Un placer sólo al alcance de quienes son capaces de buscar tras la línea de horizonte el paraíso por más que se vaya alejando. Pronto, más pronto de lo deseado, el balance entre haberes y gastos previstos se inclina hacia los segundos y la derrama constante amenaza con dar por finalizado el viaje antes de tiempo. La mitad de la fortuna está buen recaudo a la espera de que el año sabático concluya para convertirse en un seguro de subsistencia suficiente. Y entonces el azar, el caprichoso azar, decide jugar a su antojo. Aparece el tahúr amigo que se ofrece a ser tutor de este que ha ido dilapidando su fortuna en proporción directa a los kilómetros recorridos y fabula con la posibilidad de esquilmar a unos ancianos excéntricos que se reúnen una vez al año. El pretexto de la reunión es jugar unas manos al póquer del que obviamente, él es un experto, y lógicamente el éxito está asegurado. Y el azar sigue jugando a su antojo. Hasta el punto en el que cuando todo predice una última baza recuperadora a costa de los ancianos de sus pérdidas pasadas, la suerte se vuelve esquiva. El ying y el yang han disputado durante tanto tiempo en la piel del protagonista que se ha intercambiado el turno. Del resto de la trama guardaré silencio para no desentrañar lo que merece la pena ser leído. Sólo añadiré que la angustia da paso a la esperanza para volver a dar cabida a la angustia en un thriller psicológico en el que el final es imprevisible. Hasta que llega el final y te das cuenta de cómo Paul Auster se ha convertido en un profeta de tu propia existencia y te ves reflejado en dicha novela. No es necesario seguir moviendo bloques de una parte a la otra de una finca que lleva tus iniciales. Acabas cayendo en la cuenta de que barajaste sin ser consciente un mazo de cartas pensado en que el comodín estaba de tu parte sin ver que realmente las cartas estaban marcadas. El croupier, del que no distingues su rostro, sigue ignorándote y únicamente presta atención a los nuevos jugadores que se asoman a la mesa para jugar con sus ilusiones y esquilmarlos de nuevo. Barajad esta novela y suerte con las cartas.


Jesús(defrijan)  

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