viernes, 21 de octubre de 2016


Cien años de soledad

Más de diez años pasaron desde aquella noche de verano en la que las madrugadas invitaban a la lectura. Recién había concluido “El médico” y decidí enfrascarme en la farragosa historia de aquellos protagonistas de Macondo. Inútil esfuerzo que dejé por imposible hasta un decenio después. Quizás el prurito personal me fue espoleado o quizás la misma curiosidad me llevó a sumergirme en esta saga familiar en la que las metáforas se suceden en un ir y regresar dentro de un argumento harto complejo. No, no es una novela al uso en la que los personajes se presentan con unas credenciales fáciles de leer. Más bien es un compendio de historias en las que el genio de García Márquez nos sumerge para que dejemos volar nuestra imaginación y diseñemos a nuestro antojo el escenario y la trama. Desde la modesta aldea se lanza al lector toda una serie de sentires de los que los Buendía son protagonistas y la constante aparición de momentos de locura está absolutamente planificada. Una rayada plena si lo que se pretende es seguir el curso clásico de inicio, nudo y desenlace. Saltaremos del paredón de fusilamiento a la primigenia visión de la nieve y sortearemos los malabares de Melquíades cada vez que desenvuelva su quincalla mágica como gitano avezado. Comprobaremos la extraordinaria fuerza del imán que ignora freno alguno y multiplicaremos infructuosamente el oro como alquimistas medievales traídos por la mano de una varita mágica llamada divertimento. Situaciones insólitas y temores de parturienta ante la posible deformidad del futuro retoño vienen a dar colorido a esta especie de “pollera colorá” con la que nos saca a bailar una cumbia el sabio de Aracataca. Sólo a un escritor extraordinario como don Gabriel se le podría haber ocurrido semejante argumento. Una pluma capaz de exhibir como traje de gala su atuendo guayabero reivindicativo de la cuna al recibir el premio Nobel de Literatura, hace, sencillamente, lo que le place. Y luego, se recluye en Cartagena de Indias, se aparta del oropel y da paso a otra obra maestra. Ya hablaremos de ella. De momento, si no habéis leído la que nos ocupa, hacedlo sin falta. No, no habréis perdido el juicio cuando penséis que no entendéis nada; daos tiempo y veréis como al concluirla os nace la exclamación de “me he perdido algo” y volvéis a leerla para seguir descubriendo matices, fantasías, locuras y autenticidad. Por si os sirve de ayuda, en el inicio aparece un desplegable con los personajes subsiguientes. Ya decidiréis si tenerlo a mano o no.



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