Cien años de soledad
Más de diez años pasaron desde aquella noche de
verano en la que las madrugadas invitaban a la lectura. Recién había concluido
“El médico” y decidí enfrascarme en la farragosa historia de aquellos
protagonistas de Macondo. Inútil esfuerzo que dejé por imposible hasta un
decenio después. Quizás el prurito personal me fue espoleado o quizás la misma
curiosidad me llevó a sumergirme en esta saga familiar en la que las metáforas
se suceden en un ir y regresar dentro de un argumento harto complejo. No, no es
una novela al uso en la que los personajes se presentan con unas credenciales
fáciles de leer. Más bien es un compendio de historias en las que el genio de
García Márquez nos sumerge para que dejemos volar nuestra imaginación y
diseñemos a nuestro antojo el escenario y la trama. Desde la modesta aldea se
lanza al lector toda una serie de sentires de los que los Buendía son
protagonistas y la constante aparición de momentos de locura está absolutamente
planificada. Una rayada plena si lo que se pretende es seguir el curso clásico
de inicio, nudo y desenlace. Saltaremos del paredón de fusilamiento a la
primigenia visión de la nieve y sortearemos los malabares de Melquíades cada
vez que desenvuelva su quincalla mágica como gitano avezado. Comprobaremos la
extraordinaria fuerza del imán que ignora freno alguno y multiplicaremos
infructuosamente el oro como alquimistas medievales traídos por la mano de una
varita mágica llamada divertimento. Situaciones insólitas y temores de
parturienta ante la posible deformidad del futuro retoño vienen a dar colorido
a esta especie de “pollera colorá” con la que nos saca a bailar una cumbia el
sabio de Aracataca. Sólo a un escritor extraordinario como don Gabriel se le
podría haber ocurrido semejante argumento. Una pluma capaz de exhibir como
traje de gala su atuendo guayabero reivindicativo de la cuna al recibir el
premio Nobel de Literatura, hace, sencillamente, lo que le place. Y luego, se
recluye en Cartagena de Indias, se aparta del oropel y da paso a otra obra
maestra. Ya hablaremos de ella. De momento, si no habéis leído la que nos
ocupa, hacedlo sin falta. No, no habréis perdido el juicio cuando penséis que
no entendéis nada; daos tiempo y veréis como al concluirla os nace la
exclamación de “me he perdido algo” y volvéis a leerla para seguir descubriendo
matices, fantasías, locuras y autenticidad. Por si os sirve de ayuda, en el
inicio aparece un desplegable con los personajes subsiguientes. Ya decidiréis
si tenerlo a mano o no.
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