Muerte
en Venecia
Está
claro que cada edad tiene su momento de diversión y estilo de la misma. De ahí
que aquella tarde de sábado no era la indicada para asistir a una
representación cinematográfica como la que da título al relato. La mañana había
cumplido sus horas tras el balón de turno y el ocio vespertino debí encaminarlo
hacia otro destino. De hecho, a mitad de proyección, nos fuimos entre
manifestaciones de desaprobación de quienes se habían encargado de proponer
semejante sesión. Y así fueron pasando los años hasta que los mismos años se
dejaron reposar sobre el sosiego y entonces fue cuando la volví ver. Decir que
me maravilló sería quedarse a medias con la lista de calificativos que merece.
Ver cómo un la renuncia al paso del tiempo perdido por parte de Dirk Bogarde se
manifiesta en el desespero por no estar a la altura del efebo casi infantil
prototipo de belleza absoluta, supuso una avalancha de sensaciones que sólo se
pueden asimilar desde la comprensión hacia el anciano profesor. Una sociedad
que ya entonces se encargaba de esconder el vuelo de las pasiones nacidas del
amor platónico entre el adiós y el bienvenido, tenía allí, su plena vigencia. Y
las arenas testigos de cuánto se sufre con el paso del tiempo que se ha dejado
llevar por los convencionalismo. Y los innumerables intentos de rejuvenecer a
precio de ridículo de un cuerpo que se va alejando de la vida sin remedio. Una
obra de arte que no te permite permanecer inmune al sufrimiento callado de
quien nació para crear belleza y mecerse en ella. Como si el mismo diablo le
hubiera negado la posibilidad de compra de su alma, acababas haciéndote
partícipe de ese sufrimiento. Ni siquiera el suave vaivén de las olas del
Adriático era capaz de atenuar el tic tac silencioso que lo va llevando a un
previsible final. Y como colofón a todo ello, la imagen más sublime que se haya
podido filmar jamás sobre la derrota, hizo su aparición. Una gota negra, como
si la sangre negra del dolor la lanzase
los espectadores, atravesaba el rostro del moribundo tranzando un réquiem
mudo que invadió la sala. En ese momento comprendí que cada escenario tiene su
tiempo, que cada representación te llega cuando estás preparado y que de nada
sirve renegar de la belleza cuando la belleza misma aparece pincelada por un
genio como Visconti. Si alguna vez veis un hilo de tinte negro descender por vuestra faz entre los surcos de piel labrada por los años y vuestros ojos
permanecen inmóviles, sabed que el fin ha llegado con un epitafio que sabe a
Venecia.
Jesús(defrijan)
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