martes, 18 de octubre de 2016


Muerte en Venecia

Está claro que cada edad tiene su momento de diversión y estilo de la misma. De ahí que aquella tarde de sábado no era la indicada para asistir a una representación cinematográfica como la que da título al relato. La mañana había cumplido sus horas tras el balón de turno y el ocio vespertino debí encaminarlo hacia otro destino. De hecho, a mitad de proyección, nos fuimos entre manifestaciones de desaprobación de quienes se habían encargado de proponer semejante sesión. Y así fueron pasando los años hasta que los mismos años se dejaron reposar sobre el sosiego y entonces fue cuando la volví ver. Decir que me maravilló sería quedarse a medias con la lista de calificativos que merece. Ver cómo un la renuncia al paso del tiempo perdido por parte de Dirk Bogarde se manifiesta en el desespero por no estar a la altura del efebo casi infantil prototipo de belleza absoluta, supuso una avalancha de sensaciones que sólo se pueden asimilar desde la comprensión hacia el anciano profesor. Una sociedad que ya entonces se encargaba de esconder el vuelo de las pasiones nacidas del amor platónico entre el adiós y el bienvenido, tenía allí, su plena vigencia. Y las arenas testigos de cuánto se sufre con el paso del tiempo que se ha dejado llevar por los convencionalismo. Y los innumerables intentos de rejuvenecer a precio de ridículo de un cuerpo que se va alejando de la vida sin remedio. Una obra de arte que no te permite permanecer inmune al sufrimiento callado de quien nació para crear belleza y mecerse en ella. Como si el mismo diablo le hubiera negado la posibilidad de compra de su alma, acababas haciéndote partícipe de ese sufrimiento. Ni siquiera el suave vaivén de las olas del Adriático era capaz de atenuar el tic tac silencioso que lo va llevando a un previsible final. Y como colofón a todo ello, la imagen más sublime que se haya podido filmar jamás sobre la derrota, hizo su aparición. Una gota negra, como si la sangre negra del dolor la lanzase  los espectadores, atravesaba el rostro del moribundo tranzando un réquiem mudo que invadió la sala. En ese momento comprendí que cada escenario tiene su tiempo, que cada representación te llega cuando estás preparado y que de nada sirve renegar de la belleza cuando la belleza misma aparece pincelada por un genio como Visconti. Si alguna vez veis un hilo de tinte negro descender  por vuestra faz entre los surcos de  piel labrada por los años y vuestros ojos permanecen inmóviles, sabed que el fin ha llegado con un epitafio que sabe a Venecia.



Jesús(defrijan)           

No hay comentarios:

Publicar un comentario