- La Olivetti
Ocupaba el rincón izquierdo
del habitáculo y parapetada tras un estante de madera ejercía de contadora
silenciosa. A sus pies, custodiándola, una carpeta de tomos duros rayada guardaba para la ocasión las
anotaciones del diario de bitácora desde la lentitud del paso de los días. A su
flanco diestro, un molinillo manual de café esperaba turno para barnizarlo todo
de aromas de Columba torrefacto a la menor ocasión. Y justo a su sombra, el
papel secante y la tinta engrasadora de la cinta bicolor. Ella, cautiva de
silencios, se nos ofrecía a ser la escriba de anhelos, sueños, misivas,
reclamos. A través de sus teclas se fueron diseñando los papiros de papel de
barba a los que duplicaban los calcos que aguardaban turno. Sabían que la mitad
emprendería vuelo y la mitad descansarían doblemente perforados sobre los A-Z
convenientemente numerados en la trastienda interior. Allí descansaron firmas,
huellas dactilares y redacciones escrupulosas de haberes de devengos. Fueron
pasando por las yemas de quienes acariciábamos los aros metálicos las mil historias inventadas y las mil
historias ciertas que daban fe de vida. Un metro más a la derecha, el manual dictador
de manejos correctos rumiaba su abandono al saberse ignorado. De nada sirvieron los esfuerzos no
creíbles en adoctrinamientos dígitos. Las falanges campaban a sus anchas y para
dar fluidez a los silencios, los índices se bastaban por sí solos. Sabía que la vorágine de los tecnicismos
había dictado su sentencia y sería jubilada al desván de lo prescindible. Nuevos
modos, nuevas formas, venían a colonizar un territorio que fue suyo y de nada
servía oponer resistencia. Intentó sin resultados que no se notase el cojeo de
la Z para impedir su desahucio y de poco sirvieron sus esfuerzos. Su turno
había pasado y solamente le quedaba el sabor del recuerdo para esconder sus
heridas. Ayer la vi de nuevo. Asomaba la esquina crema de su impermeable y
llegué a pensar que esperaba una última oportunidad. Ascendí los peldaños, la
bajé con cuidado y comprobé cómo seguían tatuados en su cilindro los
jeroglíficos del ayer. Le pedí permiso y midiendo las pausas reiniciamos un
camino que creía olvidado. Supo acomodarse a un papel distinto y echando de
menos al conglomerado que la sirviera de apoyo, fingió su dolor y calló su
pena. El desteñido de las letras sabía a canas y en un último esfuerzo fue
capaz de impedir que la Z se quedase anclada como hiciese en vida.
Jesús(defrijan)
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