viernes, 2 de diciembre de 2016


Madame Bovary



Si alguna vez un escritor fue capaz de transmutarse en protagonista femenina y dar crédito de ello, fue en esta novela. Flaubert entiende como nadie el sentir de Emma y consigue sacar a la luz todos los estados por los que puede pasar quien busca desesperadamente el amor. Una protagonista abocada a ser una más y que renuncia a ese papel que la sociedad le ha encomendado como compañera del varón marital. Una protagonista que consigue ponernos compasivamente  de su lado a cada paso que va dando por más derrotas que acumule y desengaños que sufra. De poco sirve haber visto nacer a una hija cuando sus ansias de libertad van encaminadas a una búsqueda egoístamente hermosa de sus propios anhelos. Una y otra vez se verá convertida en la marioneta del destino esta Emma que no acepta el papel asignado por el propio destino. Posiblemente la sublimación que la protagonista extrae de las lecturas románticas choque de bruces con la existencia próxima del realismo que ancla sus sueños y vara al navío de sus esperanzas. Irá y vendrá de unos brazos a otros en pos de un sentir similar que nunca acaba de alcanzar y con ello teñirá de nieves sus ilusos  pensamientos, sus quimeras insatisfechas, sus decepciones permanentes. La vorágine del dispendio vendrá a sumarse al rodar cuesta abajo de esta que no admite su sino. Arrastrará con ello a todo aquel que quiso preservarla de semejantes fantasías y con ello dará un aldabonazo a cualquier intento de rebelión interior que pudiese surgir de nuevo. Con ello, quiero pensar que Flaubert dejó abierta la contraventana a las actuaciones de las futuras féminas que se vieran reflejadas en Emma. La dualidad quedaba escrita y se rubricaba entre los renglones de la razón y la pasión. Puede que a lo largo de la lectura, más de un lector se haya compadecido de la protagonista al verla desamparada en todas sus desventuras. Quizás alguna lectora se haya vestido imaginándose Madame Bovary al contemplar su realidad más próxima. Probablemente en el devenir diario conozcamos casos fidedignos de tal argumento. Sea como fuere, una obra inmortal vino a poner a disposición de cualquiera los platillos de una balanza sobre los que colocar pros y contras a la hora de seguir el ejemplo tan magníficamente escrito. Ahora sólo resta que aquellos que no han gozado de la misma se pongan manos a la obra. Y una vez acabada, en caso de cruzarse con alguna Emma real, ser caritativos y callar por compasión el final que le espera. Seguro que en sus momentos de reflexión ya lo conoce y se niega a admitirlo.

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