Madame Bovary
Si alguna vez un escritor fue capaz de
transmutarse en protagonista femenina y dar crédito de ello, fue en esta
novela. Flaubert entiende como nadie el sentir de Emma y consigue sacar a la
luz todos los estados por los que puede pasar quien busca desesperadamente el
amor. Una protagonista abocada a ser una más y que renuncia a ese papel que la
sociedad le ha encomendado como compañera del varón marital. Una protagonista
que consigue ponernos compasivamente de
su lado a cada paso que va dando por más derrotas que acumule y desengaños que
sufra. De poco sirve haber visto nacer a una hija cuando sus ansias de libertad
van encaminadas a una búsqueda egoístamente hermosa de sus propios anhelos. Una
y otra vez se verá convertida en la marioneta del destino esta Emma que no acepta
el papel asignado por el propio destino. Posiblemente la sublimación que la
protagonista extrae de las lecturas románticas choque de bruces con la
existencia próxima del realismo que ancla sus sueños y vara al navío de sus
esperanzas. Irá y vendrá de unos brazos a otros en pos de un sentir similar que
nunca acaba de alcanzar y con ello teñirá de nieves sus ilusos pensamientos, sus quimeras insatisfechas, sus
decepciones permanentes. La vorágine del dispendio vendrá a sumarse al rodar
cuesta abajo de esta que no admite su sino. Arrastrará con ello a todo aquel
que quiso preservarla de semejantes fantasías y con ello dará un aldabonazo a
cualquier intento de rebelión interior que pudiese surgir de nuevo. Con ello,
quiero pensar que Flaubert dejó abierta la contraventana a las actuaciones de
las futuras féminas que se vieran reflejadas en Emma. La dualidad quedaba
escrita y se rubricaba entre los renglones de la razón y la pasión. Puede que a
lo largo de la lectura, más de un lector se haya compadecido de la protagonista
al verla desamparada en todas sus desventuras. Quizás alguna lectora se haya
vestido imaginándose Madame Bovary al contemplar su realidad más próxima.
Probablemente en el devenir diario conozcamos casos fidedignos de tal
argumento. Sea como fuere, una obra inmortal vino a poner a disposición de
cualquiera los platillos de una balanza sobre los que colocar pros y contras a
la hora de seguir el ejemplo tan magníficamente escrito. Ahora sólo resta que
aquellos que no han gozado de la misma se pongan manos a la obra. Y una vez
acabada, en caso de cruzarse con alguna Emma real, ser caritativos y callar por
compasión el final que le espera. Seguro que en sus momentos de reflexión ya lo
conoce y se niega a admitirlo.
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