La senda del perdedor
Aquellos de vosotros que estéis pasando por una
situación especialmente tortuosa, pasad
de largo, no es en absoluto recomendable su lectura. Aquellos que en alguna
ocasión hayáis tenido la sensación de tocar fondo, de estar sumidos en una sima
llamada desesperanza, en un lodazal infame como colcha de sueños rotos, asomaos
y arriesgar a ver a un semejante llamado Charles Bukowski. Un escritor capaz de
lanzar desde su pluma un grito desgarrador sobre el conocido “sueño americano”
que tantas veces sabe a pesadilla y que de la mano del protagonista que le toma
prestada su propia vida intenta sobrevivir en medio de una sociedad inmersa en
la depresión social y económica. Retrato de una existencia en la que se intenta
camuflar las penurias para no añadir escarnio a la visión de los próximos y en
el que el abuso de todo tipo va forjando los escalones que forjan una escalera
hacia los infiernos interiores. Nada entre sus líneas deja espacio a la sonrisa
y el ambiente de los bajos fondos se camufla entre garitos. Época propicia para
los negocios turbios en los que las fortunas ignoraron procedencias y las
corrupciones se abrían paso a codazos. Leyes secas en las que las destilerías
alquitaron goteos de desengaños. Multitud de reflejos propios en vidas ajenas
que a medida que la narración avanza te va fijando sobre tu piel ese tizne de
solidaridad sin puerta de salida. Es como si la premonición viajase en sus
falanges a la hora de repetir ciclos en los que las diferencias se van
acrecentando. Pasa el tiempo y sigue vigente el deseo inacabable de seguir
pisoteando a quien se deja con tal de mantener y distanciar estatus. Y aquí, en
esta magnífica obra, la premonición vuela hacia la actualidad. Es
imprescindible asirse a un pasamano de bourbon impregnado de nicotina para no
caer al precipicio y reconocer que volvemos a donde ya estuvieron. Sea como
fuere, me desdigo de la primera línea. Leedla, leed esta obra maestra. Leedla y
veréis, si es que aún no lo habéis sufrido en primera persona, cómo el dolor es
capaz de escribir con tintas de luto. Quizás entonces tengamos clara la
respuesta a muchos interrogantes que acaban convirtiendo a genios en maestros
eternos de las letras. Mientras vais buscando la novela, ya me encargo yo de
buscar los vasos bajos de cristal grueso y voy sirviendo. Al acabad no será
necesario ajustar cuentas; la vida misma las habrá cuadrado por nosotros, por
mal o bien que nos pese. No en balde, en cada uno duermen las líneas que
trazan, a nada que nos descuidemos, una senda perdedora.
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