martes, 13 de diciembre de 2016

La senda del perdedor


Aquellos de vosotros que estéis pasando por una situación especialmente  tortuosa, pasad de largo, no es en absoluto recomendable su lectura. Aquellos que en alguna ocasión hayáis tenido la sensación de tocar fondo, de estar sumidos en una sima llamada desesperanza, en un lodazal infame como colcha de sueños rotos, asomaos y arriesgar a ver a un semejante llamado Charles Bukowski. Un escritor capaz de lanzar desde su pluma un grito desgarrador sobre el conocido “sueño americano” que tantas veces sabe a pesadilla y que de la mano del protagonista que le toma prestada su propia vida intenta sobrevivir en medio de una sociedad inmersa en la depresión social y económica. Retrato de una existencia en la que se intenta camuflar las penurias para no añadir escarnio a la visión de los próximos y en el que el abuso de todo tipo va forjando los escalones que forjan una escalera hacia los infiernos interiores. Nada entre sus líneas deja espacio a la sonrisa y el ambiente de los bajos fondos se camufla entre garitos. Época propicia para los negocios turbios en los que las fortunas ignoraron procedencias y las corrupciones se abrían paso a codazos. Leyes secas en las que las destilerías alquitaron goteos de desengaños. Multitud de reflejos propios en vidas ajenas que a medida que la narración avanza te va fijando sobre tu piel ese tizne de solidaridad sin puerta de salida. Es como si la premonición viajase en sus falanges a la hora de repetir ciclos en los que las diferencias se van acrecentando. Pasa el tiempo y sigue vigente el deseo inacabable de seguir pisoteando a quien se deja con tal de mantener y distanciar estatus. Y aquí, en esta magnífica obra, la premonición vuela hacia la actualidad. Es imprescindible asirse a un pasamano de bourbon impregnado de nicotina para no caer al precipicio y reconocer que volvemos a donde ya estuvieron. Sea como fuere, me desdigo de la primera línea. Leedla, leed esta obra maestra. Leedla y veréis, si es que aún no lo habéis sufrido en primera persona, cómo el dolor es capaz de escribir con tintas de luto. Quizás entonces tengamos clara la respuesta a muchos interrogantes que acaban convirtiendo a genios en maestros eternos de las letras. Mientras vais buscando la novela, ya me encargo yo de buscar los vasos bajos de cristal grueso y voy sirviendo. Al acabad no será necesario ajustar cuentas; la vida misma las habrá cuadrado por nosotros, por mal o bien que nos pese. No en balde, en cada uno duermen las líneas que trazan, a nada que nos descuidemos, una senda perdedora. 

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