miércoles, 7 de diciembre de 2016


Un Quijote embrujado



Este señor, llamado Rafael Álvarez, efectivamente es un Brujo. Y a nada que te descuides, con nada que te distraigas, acabas cayendo en las redes de sus aquelarres o en la marmita de su sapiencia desde la que te cocinará a su antojo para hacer de ti tu propia pócima. Por eso lo mejor de todo es ir a presenciar su actuación sabiendo a lo que vas, y así evitarte sorpresas al acabar la obra. Tranquilo, no tardará mucho en moverte a su antojo en las olas del vocabulario nacida en el océano del clasicismo. En esta ocasión, tú, infeliz sabihondo, creerás que sabías lo que el Quijote encierra entre sus múltiples lecturas; creerás que desde el escenario se corroborarán tus ínfulas doctas y con ello sacarás pecho una vez más; creerás que las metáforas las conoces al dedillo y que tu nivel es parejo al del brujo que te distrae; y poco a poco te verás envuelto en un ir y regresar de la actualidad al inicio del Barroco sin apenas ser consciente de ello. Reirás al comprobar el hilo argumental de este marionetista que los mueve a su antojo haciéndote creer que tú lo sabías. De dos libros y una rosa blanca extraerá las virtudes que tantas veces el ser humano encarcela para que no le tomen por débil y con ello vulnerable. Hablará de la misericordia cabalística desnudando prejuicios que dabas por no existentes y comprobarás de su mano las infames muestras que la historia repite para hacerlas eternas. Todo irá discurriendo entre las tabernas sanluqueñas a las que la referencia paterna viste de tabernáculo del saber. Llevará a don Alonso Quijano de aquí para allá abriéndose caminos y espacios entre la ignorancia del poderoso. Llegará un momento en que ya no sabes si tu papel es el de rocín o el de consejero cabal del caballero y te dejarás arrastrar a este fin inesperado. Porque efectivamente, es tan inesperado como imprevisible. Más allá de la reflexión aderezada con sarcasmos este genio de la escena ha sabido convertirte de nuevo en el devoto admirador que ya eras, por si tenías dudas. Sólo te quedará comprobar si el final del capítulo vigésimo octavo de la primera parte de la novela en cuestión, responde a lo manifestado por él, o se lo ha inventado, o es lo único que ha leído de la obra y de ahí ha sacado la hebra del monólogo. Dará igual; tampoco es necesario demostrar credenciales cuando tú mismo eres testigo de semejante testamento teatral. No me preguntéis por el argumento de lo presenciado; simplemente acudid y extraedlo vosotros mismos; puede que en definitiva no sea lo más importante.   

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