miércoles, 14 de diciembre de 2016


Relatos de Voltaire



Una mente tan privilegiada como la de Voltaire no podía defraudar y a fe que no defraudó. Sin tener muy claro por cuál de sus relatos moralizantes en pos de la razón decantarme, dejaré que el recuerdo me guíe. Y una vez recuperado del paseo mental daré paso a aquel en el que se hacía mención a las virtudes del ciudadano ejemplar. Éste, cargado con el morral del deber cumplido decidió dar un paseo por el foro de la ciudad para confraternizar con sus vecinos. Y en eso estaba cuando observó a un faquir medio desnudo, con una cadena atada a su gola, inmóvil y lleno de harapos, al que todos los que se acercaban le rendían pleitesía y tributo en forma de diezmos. Como pago por todo ello les lanzaba una serie de sentencias que aquellos aceptaban reconfortados en medio de sus dudas existenciales. No siendo capaz de resistirse, nuestro buen amigo, tomó turno. Y llegado el momento, depositó su limosna y expuso sus méritos. No robaba, cumplía con los tributos, cuidaba de su familia, trataba majestuosamente a sus mujeres….y con todo ello por bandera solicitaba esperanzado un puesto elevado en la escalera del nirvana. El gurú, sin descomponerse, le espetó: “¿duermes sobre un lecho de clavos?” Al obtener un “no” por respuesta solamente pudo verse en el escalón vigésimo de tal torre babeliana de santidad. Evidentemente, el santero le hizo saber de su proximidad a la cima y eso le dejó un mal sabor de boca y un interrogante sobre el espíritu. Pasaron semanas y entre sus momentos de desazón fue a dar casualmente con el santero en cuestión. Todo en él había cambiado. Se había acicalado, cumplía como buen ciudadano, pagaba tributos y reconocía en el afligido protagonista al verdadero virtuoso. Se lo hizo saber y así, nuestro ciudadano modelo recobró la paz y la alegría de saberse certero en su caminar por la vida. Pasaron de nuevo varios meses y volvió a pasear por la plaza en donde se reencontró con el harapiento pope en su primigenio estado decadente, lastrado con cadenas y sentado sobre clavos. Al preguntarle por su vuelta a los principios, por única respuesta obtuvo: “ es cierto que la verdad anidaba en ti, pero al convertirme en ti, los demás perdieron el respeto que me tenían y me sentí un vulgar entre los vulgares” Aquí concluyó el relato y empezó el repaso a  la infinidad de rostros que a diario se nos presentan como dogmáticos próceres de la sabiduría y que se empeñan en hacernos creer inferiores por no descansar sobre el mismo mullido y claveteado colchón sobre el que dicen dormir. Falsos gurús a los que se les sigue tomando como ejemplos empeñados en borrar de nuestro decidir el pulso del raciocinio.

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