Relatos de Voltaire
Una mente tan privilegiada como la de Voltaire no
podía defraudar y a fe que no defraudó. Sin tener muy claro por cuál de sus
relatos moralizantes en pos de la razón decantarme, dejaré que el recuerdo me
guíe. Y una vez recuperado del paseo mental daré paso a aquel en el que se
hacía mención a las virtudes del ciudadano ejemplar. Éste, cargado con el
morral del deber cumplido decidió dar un paseo por el foro de la ciudad para
confraternizar con sus vecinos. Y en eso estaba cuando observó a un faquir
medio desnudo, con una cadena atada a su gola, inmóvil y lleno de harapos, al
que todos los que se acercaban le rendían pleitesía y tributo en forma de
diezmos. Como pago por todo ello les lanzaba una serie de sentencias que
aquellos aceptaban reconfortados en medio de sus dudas existenciales. No siendo
capaz de resistirse, nuestro buen amigo, tomó turno. Y llegado el momento,
depositó su limosna y expuso sus méritos. No robaba, cumplía con los tributos,
cuidaba de su familia, trataba majestuosamente a sus mujeres….y con todo ello
por bandera solicitaba esperanzado un puesto elevado en la escalera del
nirvana. El gurú, sin descomponerse, le espetó: “¿duermes sobre un lecho de
clavos?” Al obtener un “no” por respuesta solamente pudo verse en el escalón
vigésimo de tal torre babeliana de santidad. Evidentemente, el santero le hizo
saber de su proximidad a la cima y eso le dejó un mal sabor de boca y un
interrogante sobre el espíritu. Pasaron semanas y entre sus momentos de desazón
fue a dar casualmente con el santero en cuestión. Todo en él había cambiado. Se
había acicalado, cumplía como buen ciudadano, pagaba tributos y reconocía en el
afligido protagonista al verdadero virtuoso. Se lo hizo saber y así, nuestro ciudadano
modelo recobró la paz y la alegría de saberse certero en su caminar por la
vida. Pasaron de nuevo varios meses y volvió a pasear por la plaza en donde se reencontró
con el harapiento pope en su primigenio estado decadente, lastrado con cadenas
y sentado sobre clavos. Al preguntarle por su vuelta a los principios, por
única respuesta obtuvo: “ es cierto que la verdad anidaba en ti, pero al
convertirme en ti, los demás perdieron el respeto que me tenían y me sentí un
vulgar entre los vulgares” Aquí concluyó el relato y empezó el repaso a la infinidad de rostros que a diario se nos
presentan como dogmáticos próceres de la sabiduría y que se empeñan en hacernos
creer inferiores por no descansar sobre el mismo mullido y claveteado colchón
sobre el que dicen dormir. Falsos gurús a los que se les sigue tomando como
ejemplos empeñados en borrar de nuestro decidir el pulso del raciocinio.
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