lunes, 19 de diciembre de 2016

La Caverna


Como siguiendo los pasos de Platón, Saramago nos traslada a una caverna actual. Una caverna en la que los rendimientos económicos dan al traste con la libertad creadora y de acción del alfarero que se resiste a dejarse embaucar por las supuestas virtudes de la sociedad de consumo. Un duelo que sabe perdido ante la disputa entre el firme convencimiento propio y el dejarse arrastrar por las conveniencias de una hija que coloca al protagonista entre la espada y la pared. Una alegoría sobre el encapsulamiento acristalado que supone el oropel fingido de brillos en la sociedad consumista que todo lo arrasa. Es ir leyéndola y empezar aponer rostro a los rostros con los que a menudo te cruzas para descubrir en todos ellos la gris existencia del conformismo. Intentas no mirar en el espejo de tu propia realidad al reflejo que te sitúa como uno más de los protagonistas y con ello el autoengaño sigue su ruta. No será necesario convertirte en el explorador de realidades que aventurase Platón. No será necesario ascender desde la cueva ciega a la luz para descubrir una realidad que el resto de los ciegos como tú acabaran tildando de locura insensata. Quizá será mejor dejarse llevar y convertirte en el modelador de arcillas a las que nadie presta atención y todos someten al juicio de lo rentable. Darás por válido lo mezquino de las migajas cuando contemples cómo los cercanos acaban por envidiar tu suerte al no tenerlas sobre su mesa. Y con ello la noria seguirá girando en trescientos sesenta grados por el esfuerzo de un burro que tan bien conoces. El barro que  se adhiere a las ruedas de la camioneta parece querer poner freno al avance de las creaciones del anciano que nadie valora  en su justa medida. El arte ha muerto desde el mismo momento en que no se permite un tiempo de reflexión para darle sentido a la vida más allá del sinsentido. El sistema se ha encargado de usurpar la labor del alfarero y la clonación de estatuillas se acaba pareciendo a lo más indeseable. Barro somos y en barro acabamos cuando un maestro como Saramago nos lanza al rostro la bofetada con la que nos inculpamos de cobardes. Es acabar de leerla y entrarte deseos de cambiar de ruta. Justo en ese momento, mientras estás meditando la posibilidad de hacerlo, recuerdas que tienes la agenda llena de tal modo que deberías dejar de lado el tiempo que dedicas a leer. Abres la misma, tachas todo, y reinicias la lectura para ver qué se te ha escapado, qué posibilidades tienes de no naufragar y qué espacios de libertad de pensamiento no vas a dejar jamás en manos ajenas.  

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