La Caverna
Como siguiendo los pasos de Platón, Saramago nos
traslada a una caverna actual. Una caverna en la que los rendimientos
económicos dan al traste con la libertad creadora y de acción del alfarero que
se resiste a dejarse embaucar por las supuestas virtudes de la sociedad de
consumo. Un duelo que sabe perdido ante la disputa entre el firme
convencimiento propio y el dejarse arrastrar por las conveniencias de una hija
que coloca al protagonista entre la espada y la pared. Una alegoría sobre el encapsulamiento
acristalado que supone el oropel fingido de brillos en la sociedad consumista
que todo lo arrasa. Es ir leyéndola y empezar aponer rostro a los rostros con
los que a menudo te cruzas para descubrir en todos ellos la gris existencia del
conformismo. Intentas no mirar en el espejo de tu propia realidad al reflejo
que te sitúa como uno más de los protagonistas y con ello el autoengaño sigue
su ruta. No será necesario convertirte en el explorador de realidades que
aventurase Platón. No será necesario ascender desde la cueva ciega a la luz
para descubrir una realidad que el resto de los ciegos como tú acabaran
tildando de locura insensata. Quizá será mejor dejarse llevar y convertirte en
el modelador de arcillas a las que nadie presta atención y todos someten al
juicio de lo rentable. Darás por válido lo mezquino de las migajas cuando
contemples cómo los cercanos acaban por envidiar tu suerte al no tenerlas sobre
su mesa. Y con ello la noria seguirá girando en trescientos sesenta grados por
el esfuerzo de un burro que tan bien conoces. El barro que se adhiere a las ruedas de la camioneta parece
querer poner freno al avance de las creaciones del anciano que nadie
valora en su justa medida. El arte ha
muerto desde el mismo momento en que no se permite un tiempo de reflexión para
darle sentido a la vida más allá del sinsentido. El sistema se ha encargado de
usurpar la labor del alfarero y la clonación de estatuillas se acaba pareciendo
a lo más indeseable. Barro somos y en barro acabamos cuando un maestro como
Saramago nos lanza al rostro la bofetada con la que nos inculpamos de cobardes.
Es acabar de leerla y entrarte deseos de cambiar de ruta. Justo en ese momento,
mientras estás meditando la posibilidad de hacerlo, recuerdas que tienes la
agenda llena de tal modo que deberías dejar de lado el tiempo que dedicas a
leer. Abres la misma, tachas todo, y reinicias la lectura para ver qué se te ha
escapado, qué posibilidades tienes de no naufragar y qué espacios de libertad
de pensamiento no vas a dejar jamás en manos ajenas.
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