El mundo se Sofía
No suele ser una lectura de lo más apetecible la
filosofía. Parece que el hecho mismo de la reflexión hace que el pensamiento se
obture y por tanto renuncie a ese sobreesfuerzo al que se ve sometido. Si a eso
le añades el recuerdo de las tardes de viernes de tu lejano bachiller en la que
se hacía asignatura, el rechazo viene de mano. Hasta que te das cuenta de que
una novela que habla de filosofía ocupa los primeros puestos de ventas y que un
tal Jostein Gaarder ha dejado su tarima de profesor para escribirla. Y entonces
te preguntas si no merecerá una oportunidad el reencuentro con la misma. Te
dejas llevar, te ofreces la redención y abres sus capítulos. Y allí, la trama
de una novela de intriga que se teje en torno a una niña preadolescente que
recibe cartas de un extraño en las que le lanza preguntas, comienza a
desenredar tus dudas que creías perennes. Repasa todas las tendencias que a lo
largo de la historia fueron conformando los pensamientos y con ello empieza a
abrírsete la puerta del entendimiento de aquello que nubló tus tardes. Un ir de
la mano como compañero de Sofía en una aventura tan magníficamente
diseñada apenas necesita de tu atención
porque eres cautivo de los giros didácticos de todos ellos. Pasan las páginas y
con ellas la evolución del ser humano hacia los cimientos de civilizaciones que
no siempre fueron capaces de reconocerlos y aceptarlos. Nada teme más el poder,
sea de la época que sea, que a aquellos que son capaces de abrir el pensamiento
a los comunes para que dejen de serlo. Y aquí, en esta magnífica obra, se te
abren los postigos de las respuestas que creías innecesarias. Has seguido la
senda vital que la mayoría emprendió y como tal la creíste válida. Es más, cada
vez que observaste al disidente de la misma, lo tomaste por loco y pensaste que
el tiempo le aportaría cordura. Craso error. La cordura va ligada siempre a la
actuación posterior y reflexiva que tantas pausas precisa y tan pocas se le
dan. Parece ser que la filosofía como tal acaba molestando en los currículos y
nada mejor que ningunearla para tener a los acomodaticios del séquito
aplaudiendo tal idea. Mejor será ganar tiempo leyendo esta novela y después
abanicarse con las ideas que allí se explican. Nada volverá a ser igual desde
el mismo momento en el que demos por concluida la lectura y ya cada cual será
libre de seguir rechazándola o asumiéndola como dogma. Por un momento, y quizás
para siempre, el papel de Sofía nos vendrá como anillo al dedo.
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