La semilla del diablo
Nunca una película me provocó más inquietud que
ésta dirigida por Polanski. Y próximo a cumplirse su medio siglo de vida, me la
sigue provocando. Ver cómo una joven pareja se muda a un apartamento cercano a
Central Park y observar a unos vecinos maduros ejerciendo de maestros de
ceremonias ante ellos y sus inseguridades, te hace creer que el auxilio de la
experiencia que dan los años, vendrá a socorrerlos. Él, en su denodado intento
de alcanzar fama como actor, de dejará embaucar, no sé si conocedor o no de las
artimañas de los joviales ancianos. La ambigüedad juega a hacerte creer que
quizás el precio lo conoce o no, y que la joven esposa, llevada por su amor, se
deja hacer. Hasta el punto en que la atmósfera se va haciendo irrespirablemente
tensa y parece que quisieras gritarles a la cara que no se dejen llevar. Poco a
poco el resto de los adoradores de Lucifer se abren hueco y ocupan su papel en
esta especie de sala de ginecología vestida de negro. Y todo discurre hacia el
nacimiento del heredero del mal que ha tomado prestado un cuerpo para hacerse
presente. Dicho así, parece que es un argumento ya visto en alguna otra
ocasión. No hay ni una sola escena sanguinolenta y parecería que el fin
justifica los medios. Pero al pasar de los meses, la realidad vuelve a superar ampliamente
a la ficción como si una segunda parte no rodada pidiese protagonismo. Allí,
sobre el escenario de la mansión habitada por Polanski, su hermosísima esposa
Sharon Tate, es sacrificada junto a otros invitados a la fiesta. Como si los
adoradores del diablo capitaneados por Charles Manson buscasen venganza por
haber sacado a la luz las verdades de los aquelarres demoníacos, dan buena
cuenta de todos ellos, incluido el bebé que esperaba Sharon. El director se libró por estar ausente y
quiero pensar que todavía rumia en su interior la decisión de rodar aquella
película. ¿Quién sabe si se encontró con un epílogo que no contenía el guion
original? De lo que no me cabe duda alguna es del olor a azufre no ha dejado de
flotar sobre las paredes del edificio Dakota de Nueva York y así puedo
constatarlo de primera mano. Allí se rodaron planos del film y a sus puertas
dejó de existir John Lennon. Que cada cual saque sus conclusiones, deje o tome
el escepticismo, crea o deje de creer en el mal; pero que no se prive de ver
esta magnífica obra y después intente dormir con la luz de la mesita apagada.
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