miércoles, 28 de diciembre de 2016


Villancicos navideños



Tal y cómo las fechas lo solicitaban y la amistad lo sugería, acudí. Allí, en el ecuador de las fiestas navideñas, se celebraba la doble onomástica de los dos juanes, Bautista y Evangelista, cuyo templo ejerce de vértice en el centro del centro capitalino. Y nada más atravesar la puerta de acceso, con las pituitarias impregnadas de aromas salinos marinos próximos, la primera sorpresa. El señor obispo auxiliar oficiaba la misa de rigor escoltado por dos auxiliares que a su vez se auxiliaban a sí mismos para venir en auxilio de todas las almas fieles que ocupaban  los bancos de la nave. A tres metros de altura, esculpidos y silenciosos, los doce patriarcas descendientes de Jacob, mirando absortos lo que a sus pies acontecía. Sobre el retablo, un tapiz de pintura marrón a la espera de ser glorificado por algún pincel experto. Sobre los peldaños, las flores de Pascua dando color y cobijo al nacimiento que todo lo presidía. De modo que era cuestión de esperar y la espera concluyó con la entrega de medalla al oficiante que recibió con agrado mientras un subalterno abría el turno de aplausos que todos siguieron, como debe ser. Y de repente, una vez despejado el frontal, un desfile de cuarenta y cinco voces, tomaron su puesto desde el luto riguroso de su indumentaria y la sobriedad de la carpeta en la que esperaban turno los acordes. Temí lo peor cuando entre todos ellos descubrí el rostro de uno al que las voces cercanas lo sitúan en las antípodas de la religión y en las proximidades de lo anticlerical. Sin duda alguna, el canto había ejercido de profético misionero para reconducirlo al camino de la Verdad, supongo. Y empezó el recital. Un nuevo trayecto hacia Damasco había dado paso a la reconversión pentagramada del hasta entonces cantor impío, imagino.  Y allí, la Coral “José Roca”, empezó a lucirse. Sin ampulosidades ni artificios, las voces fueron desgranando los villancicos conocidos desde la brevedad y el buen tono. De reojo seguía los movimientos labiales del sospechoso cantor, y “sí, sin duda alguna, efectivamente, mueve los labios, pero no canta”, me espetó una próxima que se tenía por experta ventrílocua. Por un momento pensé que daba lo mismo si se camuflaba su silencio en la mitad de la armonía; bastaba con comprobar la satisfacción general para dar por bueno todo el recital. Únicamente me pareció que Benjamín le preguntaba a José desde su peana si quedaba mucho para terminar. Éste le mandó callar y más pronto que tarde concluyó con algún que otro bis de por medio al que todos nos sumamos. Y es que ya se sabe que a los pequeños de la casa, cualquier tiempo de espera se les hace eterno.   

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