martes, 27 de diciembre de 2016


La hoguera de las vanidades


Podría catalogarse a Tom Wolfe de cirujano social al acabar de leer su novela. De una sociedad situada en los últimos pisos de los rascacielos desde los que mover las cuerdas de las marionetas en pos del beneficio propio. De esa sociedad que vive confortablemente en medio del lujo sin otro horizonte que sus propios anhelos e intereses. Y así, el autor  disecciona de tal modo a cada uno de los personajes de la misma que es entonces cuando empiezas a descubrir, si es que no lo habías intuido antes, el auténtico precio a pagar por conseguir ver cumplido el sueño americano. Un cruce incesante de ambiciones que parten de la casualidad adversa nacida de la causalidad nimia. Un reto entre los dueños del dinero vestidos de alharacas y oropeles que viven en la permanente angustia de  verse despojados de él y sometidos a la más abyecta de las miserias cínicas. Y todo por el capricho de la anécdota  que lleva a los protagonistas a dar con sus pieles, literal y metafóricamente hablando, en el barrio que no les corresponde y que sin embargo temen. Un accidente evitable que desencadena un imparable tobogán de ambiciones en aquellos que se van acercando como buitres a sacar tajada de los  despojos que se presumen y avecinan. El lector se sitúa en el palco de honor de un anfiteatro por el que verá pasar a los gladiadores de una sociedad que solamente admite triunfos y que penaliza con el olvido y rechazo a quienes no lo alcanzan. Tu posición a favor o en contra de los actores irá fluctuando a medida que vayas descubriendo los temores  que intenta disimular el poderoso o las dobles morales de aquellos que se las dan de factótums supremos de una sociedad como la neoyorquina y por ende capitalista en grado extremo. Ambiciones de todo tipo que no repararán en  pisotear a quien les obstaculice el camino hacia la gloria. Miserias mal disimuladas que logran trazar una interrogante sobre el empeño en que veas como ciertas las creencias de una sociedad cuyo único fin es estar con los iguales; eso sí, en el pedestal destinado a los iguales, muy por encima de los que son iguales a otros desiguales a ti. Y con todo ello, el regusto amargo de saber que costará demasiado tiempo, demasiado esfuerzo y demasiado caro, encontrar una solución. Únicamente necesitarás que pasen un par de decenios para darte cuenta de que Wolfe no fue únicamente un escritor de pluma sarcástica cuando concluyó su obra; más bien fue un profeta de lo que llegaste a comprobar con tus propios ojos y sigues sintiéndote como un tronco más de una hoguera de vanidades que arderá para que otros se acaben calentando con tu propia cremación.    

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