miércoles, 1 de marzo de 2017


Los relojes inteligentes

Atrás quedaron aquellos relojes que normalmente venían como regalo de primera comunión. Esos a los que había que dar cuerda cada veinticuatro horas para que el ritmo de tus horas no decayese y te llegase con ello la sensación de estar perdiendo el tiempo. Posteriormente llegaron aquellos que movían su corazón digital o analógico a base de hacerle trabajar a una pila que duraba lo suficiente como para prescindir del enroscado del botoncito que pasó a mejor vida en su inexistente función cordal. Para dar una vuelta de tuerca más a la inacción rotatoria de los dedos, diseñaron por fin, estos que caminan en base a la sensibilidad sanguínea que descubran debajo de tus muñecas. Un leve movimiento marcial agitando los antebrazo, y a funcionar se ha dicho. Murió el encanto y llegó la premura y el servilismo. Y como no hay que detenerse en la comodidad de lo perpetuo, aquí están, han llegado, se han instalado como vigías inquebrantables al desaliento, los relojes multifuncionales. Digamos que a la curiosidad por el artilugio le sumo la nula pericia en su manejo y con todo ello he decidido calzarme uno. Previamente, la encuesta de reconocimiento a la que me ha sometido sobre mi forma física no ha dejado de provocarme cierta inquietud. Peso, fecha de nacimiento, hábitos de vida, objetivos a alcanzar….Toda una batería de preguntas que me han ido sumergiendo en la más absoluta de las vergüenzas al manifestarme ante su software como un desecho de virtudes. Me ha prometido una rápida reconversión en un pentatleta digno de figurar en las páginas de ejemplos a seguir y, la verdad, me ha entusiasmado su propio entusiasmo. Ya empiezo a ver crecer mis músculos, a tonificar mis flaccideces, a sentirme un hombre de acero que será la envidia de todos aquellos que se crucen en mi camino. Y todo a cambio de un mínimo esfuerzo, según sus esperanzas. Así que ya mismo me voy a pertrechar tras un petate lleno de un atuendo adecuado y a cambiar de vida. Lo único que me falta por averiguar es dónde narices se localiza la hora en semejante dispositivo. Dónde puñetas se ajusta el calendario. Dónde está escondida la alarma que va a su aire siguiendo las coordenadas de algún meridiano desconocido y que disfruta despertándome a deshoras. Dónde se desmonta la sincronización de las llamadas de móvil recibidas sobre los tuétanos del manípulo. Una vez localizados y solucionados estos mínimos inconvenientes, prometo empezar con el plan de entrenamiento trazado por el coach que ya se está frotando las manos al verme de esta guisa. De cualquier forma, si dentro de un par de días considero que no es lo mío, lo intentaré apagar. Aún conservo aquel Duward  y creo que la cuerda sigue esperando a que la despierte. 

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