Los relojes inteligentes
Atrás quedaron aquellos relojes que normalmente venían como regalo de
primera comunión. Esos a los que había que dar cuerda cada veinticuatro horas
para que el ritmo de tus horas no decayese y te llegase con ello la sensación
de estar perdiendo el tiempo. Posteriormente llegaron aquellos que movían su
corazón digital o analógico a base de hacerle trabajar a una pila que duraba lo
suficiente como para prescindir del enroscado del botoncito que pasó a mejor
vida en su inexistente función cordal. Para dar una vuelta de tuerca más a la
inacción rotatoria de los dedos, diseñaron por fin, estos que caminan en base a
la sensibilidad sanguínea que descubran debajo de tus muñecas. Un leve
movimiento marcial agitando los antebrazo, y a funcionar se ha dicho. Murió el
encanto y llegó la premura y el servilismo. Y como no hay que detenerse en la
comodidad de lo perpetuo, aquí están, han llegado, se han instalado como vigías
inquebrantables al desaliento, los relojes multifuncionales. Digamos que a la
curiosidad por el artilugio le sumo la nula pericia en su manejo y con todo
ello he decidido calzarme uno. Previamente, la encuesta de reconocimiento a la
que me ha sometido sobre mi forma física no ha dejado de provocarme cierta
inquietud. Peso, fecha de nacimiento, hábitos de vida, objetivos a
alcanzar….Toda una batería de preguntas que me han ido sumergiendo en la más
absoluta de las vergüenzas al manifestarme ante su software como un desecho de
virtudes. Me ha prometido una rápida reconversión en un pentatleta digno de
figurar en las páginas de ejemplos a seguir y, la verdad, me ha entusiasmado su
propio entusiasmo. Ya empiezo a ver crecer mis músculos, a tonificar mis
flaccideces, a sentirme un hombre de acero que será la envidia de todos aquellos
que se crucen en mi camino. Y todo a cambio de un mínimo esfuerzo, según sus
esperanzas. Así que ya mismo me voy a pertrechar tras un petate lleno de un
atuendo adecuado y a cambiar de vida. Lo único que me falta por averiguar es
dónde narices se localiza la hora en semejante dispositivo. Dónde puñetas se
ajusta el calendario. Dónde está escondida la alarma que va a su aire siguiendo
las coordenadas de algún meridiano desconocido y que disfruta despertándome a
deshoras. Dónde se desmonta la sincronización de las llamadas de móvil
recibidas sobre los tuétanos del manípulo. Una vez localizados y solucionados
estos mínimos inconvenientes, prometo empezar con el plan de entrenamiento
trazado por el coach que ya se está frotando las manos al verme de esta guisa. De
cualquier forma, si dentro de un par de días considero que no es lo mío, lo
intentaré apagar. Aún conservo aquel Duward
y creo que la cuerda sigue esperando a que la despierte.
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