Las pruebas médicas
Su sola mención ya nos pone en alerta. Cuando alguna revisión rutinaria
deriva a semejante frase, algo en nosotros se tambalea y las preguntas saltan
como por arte de magia hacia la inquietud. Pensamos que se callan el peor de
los dictámenes que indudablemente han visto a bote pronto y que en un acto de
caridad lo callan para escudarlo en el retraso de dichas pruebas. De modo que
la congoja empieza a expandirse como nube tóxica sobre nuestros días futuros y
solamente nos quedará intentar que el goteo del reloj no suene a finiquito
próximo. La sucesión de guiones a peor por nuestra parte no dejarán lugar a la
duda de que algo no va bien. Probablemente empiecen a aparecer síntomas que ni
sospechábamos tener antes de semejante lema que el entendido de turno nos ha
soltado de sopetón. Las mil y una circunstancias que normalmente ejercen de perros
guardianes de nuestros días a día se
harán a un lado y no tendremos más ansias que las de dar con el epílogo de
tales exámenes. Con un poco de desgracia aparecerá en tus inmediaciones aquel
que se vestirá de druida consejero tras la máscara de apaciguador y que en un
acto torpe a más no poder soltará la retahíla de casos similares al tuyo que
tuvieron mal fin. De poco servirá manifestar con los ojos el rechazo a su
parlamento cuando haya cogido hilo y siga en sus trece sin tú pedirlo. Lo peor
estará por llegar si la aflicción te llega y lo percibe. Este cuervo que se siente
palomo, no dejará resquicio alguno por dónde meter augurios a cual peores para después concluir
con “ya verás cómo no es nada importante”. Por supuesto que no lo es, ni vasa
permitir que lo sea, pero desde el mismo momento en el que comience su
disertación. Lo ideal será descolocarle la toga sotanera y dejarle bien claras
tus intenciones de ponerlo a prueba. Y esta vez de modo directo, sin pausas que le permitan reflexionar, ni
momentos de protagonismo. Lo más probable es que la partida cambie de rumbo y
al final seas tú quien deje en su lastre a aquel que venía a tocarte las
narices. Es más, llegado el caso, hazle heredero de las recetas que te colocaban
a la defensiva y a ver qué tal se desenvuelve. Y una vez pasado el tiempo, una
vez realizada la correspondiente puesta a punto de tu cuerpo, en caso de que vuelva
sobre las andadas, sonríe mientras le lanzas a modo de sentencia “cuando estás
más cerca de la meta que de la salida, todo, absolutamente todo, me importa
menos” Le llevará tiempo asimilar esta proclama y quizás cuando la resuelva se
dé cuenta de que ha perdido el tiempo. Después, si acaso, te sometes a las
pruebas médicas y te tomas la vida como si no hubiera un mañana.
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