lunes, 13 de marzo de 2017


Las pruebas médicas



Su sola mención ya nos pone en alerta. Cuando alguna revisión rutinaria deriva a semejante frase, algo en nosotros se tambalea y las preguntas saltan como por arte de magia hacia la inquietud. Pensamos que se callan el peor de los dictámenes que indudablemente han visto a bote pronto y que en un acto de caridad lo callan para escudarlo en el retraso de dichas pruebas. De modo que la congoja empieza a expandirse como nube tóxica sobre nuestros días futuros y solamente nos quedará intentar que el goteo del reloj no suene a finiquito próximo. La sucesión de guiones a peor por nuestra parte no dejarán lugar a la duda de que algo no va bien. Probablemente empiecen a aparecer síntomas que ni sospechábamos tener antes de semejante lema que el entendido de turno nos ha soltado de sopetón. Las mil y una circunstancias que normalmente ejercen de perros guardianes de nuestros días a  día se harán a un lado y no tendremos más ansias que las de dar con el epílogo de tales exámenes. Con un poco de desgracia aparecerá en tus inmediaciones aquel que se vestirá de druida consejero tras la máscara de apaciguador y que en un acto torpe a más no poder soltará la retahíla de casos similares al tuyo que tuvieron mal fin. De poco servirá manifestar con los ojos el rechazo a su parlamento cuando haya cogido hilo y siga en sus trece sin tú pedirlo. Lo peor estará por llegar si la aflicción te llega y lo percibe. Este cuervo que se siente palomo, no dejará resquicio alguno por dónde meter  augurios a cual peores para después concluir con “ya verás cómo no es nada importante”. Por supuesto que no lo es, ni vasa permitir que lo sea, pero desde el mismo momento en el que comience su disertación. Lo ideal será descolocarle la toga sotanera y dejarle bien claras tus intenciones de ponerlo a prueba. Y esta vez de modo directo, sin  pausas que le permitan reflexionar, ni momentos de protagonismo. Lo más probable es que la partida cambie de rumbo y al final seas tú quien deje en su lastre a aquel que venía a tocarte las narices. Es más, llegado el caso, hazle heredero de las recetas que te colocaban a la defensiva y a ver qué tal se desenvuelve. Y una vez pasado el tiempo, una vez realizada la correspondiente puesta a punto de tu cuerpo, en caso de que vuelva sobre las andadas, sonríe mientras le lanzas a modo de sentencia “cuando estás más cerca de la meta que de la salida, todo, absolutamente todo, me importa menos” Le llevará tiempo asimilar esta proclama y quizás cuando la resuelva se dé cuenta de que ha perdido el tiempo. Después, si acaso, te sometes a las pruebas médicas y te tomas la vida como si no hubiera un mañana.   

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