jueves, 9 de marzo de 2017


L@s  presentador@s del tiempo



Aquellos telediarios quedaron atrás. Aquellos en los que Mariano Medina aparecía enfundado en un terno al uso y en el que iba colocando figuritas de soles, nubes, rayos y demás aditivos climatológicos, quedaron atrás. Poco a poco el anuncio de anticiclones o bajas presiones fue modernizándose conforme la superpoblación de satélites cubría la estratosfera. Y así hemos llegado a nuestros días en los que las isobaras apuntan al podio del éxito de audiencia. Como si de por sí no fuera suficiente saber qué tiempo nos espera, las cadenas televisivas han animado el patio con un@s anunciantes a la última. Si se trata de ellos, más pareciera que nos están colocando las botas de agua, los impermeables o la crema solar protectora para no dejarnos salir de casa sin el debido pertrecho de atuendo precisos. Apolíneos eres que esparcen sus vaticinios sobre las ondas sabiéndose dueños de nuestros roperos. Pero si el dictamen sobre la climatología cambia de sexo, la cosa empieza a tomar características de pasarela de moda. Las venusianas encargadas de dar con los tornados en nuestras narices o con los chubascos en nuestros lomos salen a escena al grito de “os vais a enterar”.  Sus alargados minutos transcurren entre las estribaciones montañosas, las depresiones  acuíferas y las marejadas de alta mar mientras ellas se deslizan sobre la plataforma luciendo palmito. Ímprobos esfuerzos los realizados para seguir sus vaticinios mientras el donaire de sus perfiles se antepone a la sintonía. Como que nos da lo mismo el tiempo si quien lo anuncia nos tiene embelesados con su caída de pestañas y cruce de antebrazos.  Poco importará si olvidamos el paraguas en la entrada y nos espera un tremendo aguacero si quien nos lo ha servido en bandeja se muta en vestal de capas altas de la atmósfera. El epílogo del noticiario no podría soñarse mejor y por lo tanto de nada sirve buscarle peros. Es más, lo preferible será dejar pasar a las esfinges por los hertzios de las pantallas y después, si acaso, asomarse a la ventana o preguntarle al juanete por el tiempo que va a hacer. Los  “iron man” que las precedieron en horarios intempestivamente acordados saben que no pueden competir y como tales se resignan al cambio de canal cuando aparecen. Todo en pos de la audiencia y en base a ella programable. Ellas, diosas irreductibles del Olimpo climatológico, se saben poseedoras del elixir de la atención que nos conmina a permanecer embobados a sus predicciones sin importarnos sus aciertos. Dejemos, pues, que el tiempo sea quien elija a sus propios cicerones y ya veremos si son más de fiar unos u otras. Al final, dará lo mismo; siempre habrá alguien que se arrogue el papel que nadie le asignó y lo hará por pura envidia al saberse menos agraciado.   

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