Un “sin pa” sin parangón
Las cosas si se hacen hay que hacerlas a lo grande, claro que sí. Nada de
tonterías nimias que encima de no remediarte el desaguisado del bolsillo te
tildan de pacato, de mezquino, de simple. A lo grande, con un par, sí señor.
Nada de robar una menudencia, no señor; cuanto más, mejor. Y si encima el hecho
delictivo sigue el camino inverso, doble mérito. Nada de apropiarse de algo
ajeno y luego ir a celebrarlo. No, no, no. Lo suyo es celebrarlo y luego delinquir
para añadir un toque de originalidad al delito que al menos quedará en los
anales de lo chic. Y no me refiero a los ladrones de guante blanco o sillón de
cuero que tan poca gracia hacen y tanto daño ocasionan a los que subyugan con
sus trucos de contratos grises. Tampoco me refiero a aquellas cuentas que dejó pendiente algún
directivo futbolero en los salones de palacio donde celebró la boda de su hija.
Si de originalidad se trata, busquemos un restaurante de nivel, convoquemos a
la familia, repartamos con las invitaciones el plan a seguir en el último acto
de la celebración, y todo saldrá a pedir de boca. Una representación digna de
libreto operístico en la que las voces entonadas a ritmo de escanciamiento
sabrán que de sus gorgoritos dependerá el éxito de la desbandada final. Haremos
creíble el guion desde el mismo momento en el que el adelanto solicitado por el
dueño del local sea hecho efectivo y con él, la apertura de la confianza. No
podrá sospechar lo más mínimo del importante nivel de consumo etílico entre los
“encorbatados” y los “tiros largos” dada
la buena imagen que les acompaña. Pensará que aquella desbandada múltiple que
se provoca previamente a la entrada de la tarta forma parte del argumento.
Creerá que la huida “quemando rueda” de los vehículos estacionados en el parking
busca un añadido al acto festivo y no saldrá de su asombro. Solamente cuando
los peldaños de chocolate del postre empiecen a derretirse sin haber sido
distribuidos sobre el solitario salón recobrará su estado de consciencia y dará
la voz de alarma. Ciento veinte huidos
como almas que lleva el diablo y traen el balance negativo. Bolígrafos que
dejarán de anotar infusiones para
apuntar matrículas con las que recuperar identidades. Una desbandada
planificada al grito de “el último paga” que dará identidad a un nuevo récord insospechadamente inédito. La cuestión será saber si a partir de ahora
las consumiciones se abonarán antes de ser servidas o si alguien se arriesgará
a superar el nivel marcado. Por si acaso, yo dejaré a la vista encima de la
mesa una tarjeta de crédito; con un poco de suerte no se fijarán en la fecha de
caducidad y ya el datafono les sacará del error mientras mi sombra se diluye
por las callejuelas.
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