Parque Jurásico
Las novelas de ciencia ficción tienen ese añadido
que permite a la imaginación campar a sus anchas. Y si la primera noticia que
te llega procede de una viñeta escasa de centímetros en una revista que se
anuncia como muy interesante, más que mejor. Y si además son las tardes de un
verano preinternético las que te empujan a la lectura, entonces ya, las
expectativas se muestran como imprescindibles. De modo que así, como el que no
quiere la cosa, en mitad de aquel pedido de lecturas vanas, me hice con la
novela en cuestión. Pasar del sofá a la isla paradisíaca convertida en
macrozoológico fue cuestión de segundos. No hizo falta pormenorizar en el cómo
de la fusión del ámbar a modo de lázara sepultura del insecto del que extraer
el código genético y regresar en el tiempo. Increíble pero deseable a modo de
revisión paleontológica mientras en ella tratamos de encontrar el eslabón
perdido a ritmo de nacimientos de semejantes criaturas. Por un momento se echa
en falta a la hermosa Raquel Welch que tanto lustre diese a una pretérita
versión de aquellas supuestas convivencias entre saurios colosales y humanos.
Todo sea por la trepidante aventura que consigue convertir a la novela en una
lucha constante de supervivencia en mitad de semejante Bioparc. Lo que no acaba
de convencer es la poca previsión por parte del iluso empresario a la hora de
pensar que unos incautos inversores apostarían pos su sueño. Y mucho menos
creíble resulta el saber que un abuelo será capaz de poner en peligro a sus
propios nietos al no comprobar una y mil veces las medidas de seguridad
preceptivas. Lo de que el cazador experto resulte ser un personaje poco apto
tampoco le da crédito a la lectura. De modo que todo transcurre a saltos entre
el peligro y la incesante búsqueda de una huida final que resulta poco menos que
increíble. Aparecen sobre la barcaza unos astutos velocirraptores emigrantes de
la isla que te dejan con un sabor a suspense. Es más, en la siguiente visita
que llevas a cabo al entorno de encierro programado de la fieras actuales,
echas unas miradas de reojo a sus pupilas y callas el “vuestros antepasados sí
que sabían huir” de sus celdas. Nadie puede negar la posibilidad de una vuelta
de tuerca hacia el pasado conforme están los tiempos actualmente. De cualquier
forma, aquella lectura que robó horas a la siesta de aquel verano, no dejó más
secuelas que las propias de la industria cinematográfica, donde ahí sí, ahí se
les fue la mano definitivamente a la hora de abrir semejante arca de Noé. Solo
resta desear que si un anofélex decide alimentarse de nosotros en las
proximidades de cualquier humedal el
destino le prive de un sarcófago de ámbar. Sería un tanto extraño reaparecer al
cabo de varios milenios como atracción en un parque ingeniado al efecto.
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