lunes, 27 de marzo de 2017

Parque Jurásico


Las novelas de ciencia ficción tienen ese añadido que permite a la imaginación campar a sus anchas. Y si la primera noticia que te llega procede de una viñeta escasa de centímetros en una revista que se anuncia como muy interesante, más que mejor. Y si además son las tardes de un verano preinternético las que te empujan a la lectura, entonces ya, las expectativas se muestran como imprescindibles. De modo que así, como el que no quiere la cosa, en mitad de aquel pedido de lecturas vanas, me hice con la novela en cuestión. Pasar del sofá a la isla paradisíaca convertida en macrozoológico fue cuestión de segundos. No hizo falta pormenorizar en el cómo de la fusión del ámbar a modo de lázara sepultura del insecto del que extraer el código genético y regresar en el tiempo. Increíble pero deseable a modo de revisión paleontológica  mientras  en ella tratamos de encontrar el eslabón perdido a ritmo de nacimientos de semejantes criaturas. Por un momento se echa en falta a la hermosa Raquel Welch que tanto lustre diese a una pretérita versión de aquellas supuestas convivencias entre saurios colosales y humanos. Todo sea por la trepidante aventura que consigue convertir a la novela en una lucha constante de supervivencia en mitad de semejante Bioparc. Lo que no acaba de convencer es la poca previsión por parte del iluso empresario a la hora de pensar que unos incautos inversores apostarían pos su sueño. Y mucho menos creíble resulta el saber que un abuelo será capaz de poner en peligro a sus propios nietos al no comprobar una y mil veces las medidas de seguridad preceptivas. Lo de que el cazador experto resulte ser un personaje poco apto tampoco le da crédito a la lectura. De modo que todo transcurre a saltos entre el peligro y la incesante búsqueda de una  huida final que resulta poco menos que increíble. Aparecen sobre la barcaza unos astutos velocirraptores emigrantes de la isla que te dejan con un sabor a suspense. Es más, en la siguiente visita que llevas a cabo al entorno de encierro programado de la fieras actuales, echas unas miradas de reojo a sus pupilas y callas el “vuestros antepasados sí que sabían huir” de sus celdas. Nadie puede negar la posibilidad de una vuelta de tuerca hacia el pasado conforme están los tiempos actualmente. De cualquier forma, aquella lectura que robó horas a la siesta de aquel verano, no dejó más secuelas que las propias de la industria cinematográfica, donde ahí sí, ahí se les fue la mano definitivamente a la hora de abrir semejante arca de Noé. Solo resta desear que si un anofélex decide alimentarse de nosotros en las proximidades de cualquier humedal  el destino le prive de un sarcófago de ámbar. Sería un tanto extraño reaparecer al cabo de varios milenios como atracción en un parque ingeniado al efecto.     

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