El camposanto amarillo
Como si
de una metáfora se tratase el color amarillo, que nació para reivindicar futuro
y por lo tanto vida, acaba de extender su tinte a las cruces. Pasó por la
lazada que buscaba solapas sobre las que mostrar ideales y adornó fachadas a
mayor gloria de adeptos. Muy bien. Todo, en aras a la libertad de expresión,
debe tener oídos prestos y párpados abiertos. De la discusión saldrá el
corolario a nada que las partes contendientes aflojen postulados y se atiendan
razones que parecen antagónicas. Al menos eso parecía hasta que a alguien se le
ha ocurrido la genial idea de sembrar las plácidas arenas de cruces amarillas.
No han valorado el rechazo que obtendrán a semejante ocurrencia. No se han dado
cuenta de que convertir un espacio lúdico en un camposanto amarillo solamente
redundará en la no comprensión por parte de aquellos que todavía les otorgan un
margen de duda razonable. Traspasaron los límites del raciocinio y con ello
apuntalan argumentos opuestos en base a una butade fuera de cordura. La
sensibilidad que intentaban solidarizar se ha mutado en rechazo cuando el
recuerdo de las arenas de cualquier desembarco bélico aparece en las memorias.
¿Qué será lo siguiente, un pebetero perenne con llama amarilla?; ¿Un mástil
amarillo sustentando una señera a media asta?; ¿Un cambio en los pasos de cebra
del blanco al amarillo para reivindicar lo que consideran de ley?; ¿Una nueva
tinción para los metales menos valiosos que les dé patente de piedra
filosofal?. No descarto la posibilidad de estar cometiendo un error, pero la
lógica me susurra que camino en lo cierto. Competir con las sombrillas sobre el
espacio arenero conduce como mínimo a la chanza. Se ha de procurar compartir
sarcasmos pero es inaceptable quedar como imbéciles. Si la forma se extravasa el fondo pierde
fuerza y es muy sencillo y tentador manejar sensibilidades en contra. A partir
de ahora y gracias a las ocurrencias disparatadas, cuando el mar apunte a
prudencia en el nado, habrá que mirar fijamente el color de la bandera que
luzca como aviso. Igual alguien la interpreta como un acto de reivindicación
independentista y dejándose llevar acaba teniendo un susto irreparable. Jamás
fueron de gusto las resacas y en esta ocasión tampoco lo serán por muy
ideológicas que se presenten. De las otras resacas, las provenientes del
hartazgo, otros saldrán indemnes y se reirán a sus anchas como casi siempre
sucede. Llévenselas, a no tardar, llévense las cruces y hagan con ellas una
valla allá donde se precise. Pero por lo que más quieran, dejen de dar una
imagen de lo que no son ni saben ejercer.
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