Las bodas reales
Abrí el
cajón de aquel armario y bajo las camisetas por estrenar estaba. Era un
ejemplar de Actualidad Española en cuya portada aparecían un tal Balduino y una
tal Fabiola. Se habían casado y su residencia estaría ubicada allá donde el
Duque de Alba campó a sus anchas y acaparó condecoraciones. Esa fue la primera
vez que sentí de cerca lo que significa boato y creo que desde aquellos inocentes
seis años no he logrado salir de mi asombro. La boda, la increíble boda, la
boda suprema, la boda de todas las bodas, que siempre suele preceder a la siguiente
que la sangre real tenga a bien celebrar. Y visto el nivel de las mismas, un
punto de ironía pide paso y empieza a cuestionarse cosas aun a riesgo de no
encontrar respuestas. Pareciera que los cuentos de hadas deben hacerse
presentes entre los comunes y vulgares súbditos para que nosotros que lo somos
sintamos el agradecimiento imprescindible hacia quienes nos hacen partícipes de
tan magno acto. Boda de inmensa cola y no menos inmensa tiara sobre la que
depositar las pupilas y el asombro en busca de la sonrisa complaciente. Poco
importará si el tiempo va desmontando el suflé y los anillos se oxidan. Poco
importará si los defectos que se les suponía ajenos acaban apareciendo. De nada
servirá buscar reglas a cumplir cuando quienes las sellaron hace siglos las manejan
a su antojo. Nueva puesta en escena para que otras coronas sepan a qué atenerse
si quieren marcar diferencias. Se mezclarán con los comunes cada vez que de
ellos esperen pleitesía y a cambio les otorgarán el remite de una sonrisa.
Callarán desvergüenzas para no dar motivos a la censura que les pudiese llegar
desde abajo y permitirán que los chambelanes se encarguen de apaciguar las
disensiones. Harán ver que son como lo que no son para que parezcan gemelos
univitelinos de un mismo óvulo en el que no creen. Y todo seguirá su curso para
mayor gloria de generaciones siguientes. Mientras tanto, la aquiescencia, la
genuflexa postura y la sonrisa impostada serán puestas en escena de nuevo. Dará
igual si el escudo de armas ofrece credenciales o no. Dará lo mismo que los
anales dinásticos finjan tener lo que no poseen. El tema en cuestión radicará
en vestir nuevamente al trono con el ilustrado despotismo para buscar
perpetuidades. Y desde abajo, desde el escalón intermedio, aquellas levitas que
deberían poner remedio, aplaudirán complacidas y agradecerán al destino el
puesto que les ha reservado en el escalafón merecido. Creo que aquella portada,
sin saberlo, abrió mis ojos y no he conseguido todavía cerrarlos, afortunadamente.
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