martes, 22 de mayo de 2018


Las bodas reales


Abrí el cajón de aquel armario y bajo las camisetas por estrenar estaba. Era un ejemplar de Actualidad Española en cuya portada aparecían un tal Balduino y una tal Fabiola. Se habían casado y su residencia estaría ubicada allá donde el Duque de Alba campó a sus anchas y acaparó condecoraciones. Esa fue la primera vez que sentí de cerca lo que significa boato y creo que desde aquellos inocentes seis años no he logrado salir de mi asombro. La boda, la increíble boda, la boda suprema, la boda de todas las bodas, que siempre suele preceder a la siguiente que la sangre real tenga a bien celebrar. Y visto el nivel de las mismas, un punto de ironía pide paso y empieza a cuestionarse cosas aun a riesgo de no encontrar respuestas. Pareciera que los cuentos de hadas deben hacerse presentes entre los comunes y vulgares súbditos para que nosotros que lo somos sintamos el agradecimiento imprescindible hacia quienes nos hacen partícipes de tan magno acto. Boda de inmensa cola y no menos inmensa tiara sobre la que depositar las pupilas y el asombro en busca de la sonrisa complaciente. Poco importará si el tiempo va desmontando el suflé y los anillos se oxidan. Poco importará si los defectos que se les suponía ajenos acaban apareciendo. De nada servirá buscar reglas a cumplir cuando quienes las sellaron hace siglos las manejan a su antojo. Nueva puesta en escena para que otras coronas sepan a qué atenerse si quieren marcar diferencias. Se mezclarán con los comunes cada vez que de ellos esperen pleitesía y a cambio les otorgarán el remite de una sonrisa. Callarán desvergüenzas para no dar motivos a la censura que les pudiese llegar desde abajo y permitirán que los chambelanes se encarguen de apaciguar las disensiones. Harán ver que son como lo que no son para que parezcan gemelos univitelinos de un mismo óvulo en el que no creen. Y todo seguirá su curso para mayor gloria de generaciones siguientes. Mientras tanto, la aquiescencia, la genuflexa postura y la sonrisa impostada serán puestas en escena de nuevo. Dará igual si el escudo de armas ofrece credenciales o no. Dará lo mismo que los anales dinásticos finjan tener lo que no poseen. El tema en cuestión radicará en vestir nuevamente al trono con el ilustrado despotismo para buscar perpetuidades. Y desde abajo, desde el escalón intermedio, aquellas levitas que deberían poner remedio, aplaudirán complacidas y agradecerán al destino el puesto que les ha reservado en el escalafón merecido. Creo que aquella portada, sin saberlo, abrió mis ojos y no he conseguido todavía cerrarlos, afortunadamente.  

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