lunes, 21 de mayo de 2018


Adiós, Arturo



Una vez más, La Cubana, en acción. Y nunca mejor dicho cuando te ves inmerso en un preámbulo enloquecido que más parecería una fiesta a la que te has invitado. Una especie de guateque desmadrado ante las exequias del difunto Arturo. Un hombre con amplia experiencia en todos los aspectos de su vida al que rendir homenaje festivo desde los cinco continentes y los innumerables contenidos que vistieron su existencia. Saltas de una presencia a otra como si de una marioneta caprichosa fueras sujetada por los hilos de una dirección escénica brutal. De modo que entre risas y sorpresas, allá que te das un respiro, compruebas que has cubierto una primera hora en un plis plas. Por un momento crees que ha concluido y te sorprende que así sea. No, no lo es. Y en la continuación, el segundo acto se enrevesa de tal modo que crees estar en otro argumento. Aquí, la quietud que te negaron en los comienzos te es legada de sopetón. Miras a tu alrededor por si la apreciación es demasiado personal y compruebas que no. Más de uno cambiando de postura sobre el asiento corrobora tu apreciación. Es como si dos autores antagónicos hubiesen diseñado la obra y hubieran sorteado el turno de aparición. Cierto desánimo acude a ti y es inevitable el recuerdo de aquellas campanadas de boda de hace tres años. Sí, vale, puede que te haya pillado en mal momento; puede que no estés en la mejor disposición; puede que el viernes vespertino se haya vuelto demasiado exigente. Y en eso estás cuando de nuevo, como si de una nueva erupción se tratase, el ritmo regresa y con él la coherencia del texto escenificado. Paradójicamente el adiós se convierte en bienvenida y vuelves a disfrutar de la grandeza de la comedia. Todo vuelve a tener sentido en el sinsentido propio del disparate. Sonríes de nuevo, aplaudes y tientas la posibilidad de recomendar una revisión del libreto. Quizá algunas páginas sobren y con ellas fuera la obra resulte redonda. Sea como sea, tú, callado espectador, no dejas de ser un mero crítico que has vuelto a apostar por la compañía que siempre tiene a gala hacerte disfrutar. Un lapsus lo tiene cualquiera y tampoco se van al garete los méritos de los comediantes por tu simple opinión. Así que, lo mejor será vestirse de colorido luto y pasarse por el tanatorio festivalero donde un centenario Arturo espera nuestro último adiós. Quién sabe si nos han hecho herederos de su fortuna y el notario nos urge la firma de aceptación.       

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