1. Raj
Suena
a ese la jota final cuando ella pronuncia su nombre, y no seré yo quien se lo
discuta. Ella, que llegó hace tiempo desde la “Joya de la corona”, hace y
deshace a su antojo como si de una maharaní se tratase mientras acomoda su
coleta según como dicte el día o promueva su estado de ánimo. Fluye desde
detrás del aluminio entre los cristales y porcelanas que esperan turno al
tiempo que los efluvios del sándalo se esparcen a modo de santuario sij. El
azabache la puebla y de su mirada se desprende la sabiduría del silencio acostumbrada
como está a la obediencia patriarcal. Manda sin imponerse y es consciente de todo
aquello que la rodea. Basta un simple vistazo para evaluar lo imprescindible. Mientras,
como si de un remanso gángico se tratase, el sari ondeará a su antojo. El
cilindro permanecerá inmóvil a la espera de la caída de la tarde en el rincón
del paraíso. Y mientras, los aros multicolores florearán tras la urna
esquivando los rayos del sol. Las ondas cibernéticas
venidas de oriente darán paso a los ritmos que hablarán de ceremonias y el
tintineo de las cucharillas hará que se sueñen crótalos. Las cúrcumas calladas compartirán
silencios con los jengibres que desde la explanada se verán rotos por el
bullicio vespertino. Hierática en sus postulados, guardará como tesoro tajmajálico
el brillo de la piel que se le adivina. Echa en falta la cercanía de los
meridianos y como si de un libro de la selva se tratase los argumentos de sus
silencios resuenan sobre los goznes de las persianas. Perdió la costumbre y
sumó el hábito. Sigue aprendiendo de cada gesto el valor de la ironía y puede
que se haya acostumbrado a no soñar con un billete de vuelta. Supo asumir el
papel de oasis que aquellos cercanos buscaron en mitad de su enésima travesía y
en ello sigue. Quién sabe si alguna de sus reencarnaciones no la han hecho
destinataria de lo que su karma mereció. Si esta tarde me acuerdo, se lo preguntaré.
Está tan acostumbrada a mis indiscreciones que no creo que se moleste por una
nueva irónica duda. Si la oigo musitar algún mantra mientras sonríe, le pediré
que me lo traduzca. Nunca se sabe de qué será capaz. A la par un kebab completo
emprenderá su viaje definitivo envuelto en aluminio y un nuevo plato de frutos
secos será sembrado delante del taburete a la espera del monzón de una sonrisa
bollywoodiense. Sobrevivir o no siempre es cuestión de suerte.
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