A modo de ejemplo
Esa es la cuestión, el
ejemplo. Aquel que una vez le espetó un hijo a su padre cuando este le reprochó
el modo en el que llegó a casa y su propio vástago le echó en cara al
progenitor el que él mismo llevó días antes. Ejemplo, simple ejemplo. Como aquel
que desde el púlpito quiso lanzar el sacerdote invocando a la caridad de los
feligreses mientras él ignoraba su propio predicamento. Ejemplo, simple
ejemplo. Como el de aquel fumador empedernido que bramaba cada vez que alguna
de sus hermanas prendían un cigarrillo. Ejemplos, simples ejemplos. El mejor
método para que algo se asuma o se ignore. Y mira por donde, de nuevo, el
ejemplo a escena. Sí, de mano de aquel que asumió el liderazgo de un modo de
actuar y de un modo de repudiar lo establecido desde una sociedad de clases.
Enarbolaron la pancarta de la justicia y tomaron del morado el tono del
sacrificio para ahora, poco tiempo después, destilar el pendón del desencanto,
del engaño, del doble discurso. Una pena y una guillotina hacia la esperanza.
Cuestión de formas y cuestión de fondos. Resulta tan tentadora la tentación
burguesa que tus cimientos se arcillan si solamente han sido voceríos
convencedores hacia los desesperanzados. Acaban de dar una carpeta rebosante de
argumentos a todos aquellos a los que criticaron y de los que intentaron roer
votantes. Y ahora qué queda que no sea desilusión. Ahora regresan las imágenes
de aquellos líderes que consiguieron defraudar a sus acólitos en base a no
seguir sus postulados de justicia y equidad. Ser y parecer son verbos
copulativos que necesitan de atributos para conformar una oración. El problema,
el auténtico problema, el imperdonable problema, es que el atributo en cuestión
se lo queda el sujeto y el análisis sintáctico resulta fallido. Que cada cual
viva donde le dé la gana y donde el crédito bancario le permita. Pero que nadie
tenga la desvergüenza de encabezar la marcha de la equidad y de la justicia
cuando es capaz de mostrar un ejemplo absolutamente inaceptable. El sonrojo
será camuflado por un pañuelo morado, pero seguirá siendo sonrojo para aquellos
que depositaron esperanzas en quienes hoy las han destrozado desde su pedestal
burgués. No quiero ni imaginar el ejemplo que supondrían unas imágenes de
desahucio por impago de una hipoteca de seiscientos mil euros. Lo que no logro
quitar de mis tímpanos es el eco de aquellos que en silencio gritan “todos los
políticos son iguales” mientras crecen en ellos la semilla de la decepción.
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