lunes, 28 de mayo de 2018


Ser portero



A modo de resaca doble aparece desde la orilla más dolorosa. Sí, él, Loris Karius, el rubio guardameta del Liverpool, no tuvo su noche. Lo sabe él y lo saben los millones de espectadores que vieron cómo la suerte le era esquiva en un momento en el que la suerte se ansía como guardaespaldas protectora. Una mala noche, un abandono cruel, un momento inolvidable para este que sabía que su papel era el de último protector de su equipo. Esa pesadilla le perseguirá durante mucho tiempo y puede que alguna vez se replantee si no debió decantarse por cualquier otro puesto en el once de cualquier equipo. Entre los otros diez, mal que mal, los fallos se diluyen y con ello la penitencia. De hecho, el mismo contrincante que a escasos minutos del éxito reclamaba como malcriado la atención de los medios, estuvo a punto de privar a su Manchester de una copa de Europa cuando falló un penalti. Todo se le perdonó y parece que él fue el causante de aquel éxito comunitario. Pocos recuerdan cómo Cardeñosa pifió un gol cantado ante Brasil y nadie olvida cómo Arconada dejó resbalar el balón por sus costillas en aquella final ante Francia. Injusto, muy injusto, el trato que reciben los porteros. En algún caso, si tiran de la fantasía, se les tilda de locos como bien puede reafirmar Higuita con su parada de escorpión. Se les exige pulcritud y se les impide el más mínimo fallo o serán crucificados a perpetuidad. Quizá debería exigirse una rotación bajo los palos para comprobar hasta qué punto las fanfarronadas de los demás se convierten en vergüenzas personales cuando se encuentran en ese puesto. Gozan de los triunfos como medio escondidos en una camiseta distinta y sufren las condenas sin que nadie les venga a paliar el sufrimiento. Saben que en nada de tiempo tendrán que emigrar y con ellos llevarán el estigma. Dará lo mismo que haya contribuido en precedentes épocas a glorias de un escudo si el fallo puntual se vuelve irrevocable. Sería cuestión de valorar quien de los que les critica tuvo la osadía de pedir ser portero cuando jugaba con los amigos hace años. Casi siempre se le reservaba ese puesto al menos discorde y así lo asumía. En este caso, y solamente en este caso, se le perdonaba el fallo al haber sido impuesto en aquella frontera por quienes no tenían el valor de tomar para sí esa misma decisión.  

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