La
decimotercera ya está embalada
Normalmente
el fútbol no se rige por la lógica y ahí radica gran parte de su atractivo.
Todo aficionado sueña con el triunfo de su equipo, con la remontada épica, con
la jugada maestra. Su sueño se convertirá en realidad en cuestión de noventa
minutos y con un poco de suerte se prolongará en el tiempo. La felicidad habrá
llamado a la puerta y se le permitirá el franqueo para hacerla suya una vez más
o por primera vez. Poco importarán los fracasos precedentes. Ha llegado el
momento de disfrutar de la gloria por más que la gloria sea efímera. Mañana
volveremos a comprobar a kilómetros de distancia un nuevo logro del equipo
blanco. No, no me mueve la pasión incontrolada. No me mueve la devoción hacia
un color blanco inmaculado. Sencillamente, la lógica se encarga de chivarme el
pronóstico. Y no es que me seduzca el apostar a la espera de ganarme unos
euros, no. Se trata de analizar desde la casi imposible imparcialidad lo más
que previsible. Veamos. Un equipo se ha forjado a base de millones y ha sido
nombrado timonel del mismo una leyenda que sabe lo que significa manejar egos
sin exigirles demasiado. Nadie puede discutir su autoridad y mucho menos cuando
la impone sin exabruptos. El otro, más allá de la leyenda que implique su
legado setentero u ochentero, está formado por jugadores de un nivel inferior.
Sí, vale, de acuerdo, son goleadores en su propia liga, y ya está. Ni la han
ganado ni han apabullado a ningún rival. Tienen a un jugador egipcio de buenas
maneras que incluso un casi campeón como la Roma se quitó de encima. De su
entrenador, nada que objetar. Un tipo simpático para ser alemán y conocedor de
los que significa no tener presión de victoria. Con todos estos argumentos, qué
más se puede decir que mueva a la reflexión. Nada, todo está vendido y
embalado. Habrá que empezar a engalanar de nuevo los puntos de celebración para
que al regreso el rito se repita. Habrán pasado raudos los ríos de tinta y las
toneladas de papel servirán de alivio a las decepciones del día a día. Han ganado
de nuevo y con ellos hemos conseguido reivindicarnos en nuestras propias creencias.
La batalla ha concluido y el descanso se nos hará eterno hasta que el balón
vuelva a rodar. En el interludio, el rojo monoestrellado , ejercerá de ujier
ante los que mañana saquen pecho victoriosos o finjan resquemor por haber sido
testigos, una vez más, y serán trece, de cómo el Madrid vuelve a conquistar el
máximo galardón europeo. No, no es una fanfarronada; es, sencillamente,
cuestión de lógica y experiencia extraída de otras tantas derrotas que apenas
se quieren recordar por dolorosas.
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