viernes, 25 de mayo de 2018


La decimotercera ya está embalada



Normalmente el fútbol no se rige por la lógica y ahí radica gran parte de su atractivo. Todo aficionado sueña con el triunfo de su equipo, con la remontada épica, con la jugada maestra. Su sueño se convertirá en realidad en cuestión de noventa minutos y con un poco de suerte se prolongará en el tiempo. La felicidad habrá llamado a la puerta y se le permitirá el franqueo para hacerla suya una vez más o por primera vez. Poco importarán los fracasos precedentes. Ha llegado el momento de disfrutar de la gloria por más que la gloria sea efímera. Mañana volveremos a comprobar a kilómetros de distancia un nuevo logro del equipo blanco. No, no me mueve la pasión incontrolada. No me mueve la devoción hacia un color blanco inmaculado. Sencillamente, la lógica se encarga de chivarme el pronóstico. Y no es que me seduzca el apostar a la espera de ganarme unos euros, no. Se trata de analizar desde la casi imposible imparcialidad lo más que previsible. Veamos. Un equipo se ha forjado a base de millones y ha sido nombrado timonel del mismo una leyenda que sabe lo que significa manejar egos sin exigirles demasiado. Nadie puede discutir su autoridad y mucho menos cuando la impone sin exabruptos. El otro, más allá de la leyenda que implique su legado setentero u ochentero, está formado por jugadores de un nivel inferior. Sí, vale, de acuerdo, son goleadores en su propia liga, y ya está. Ni la han ganado ni han apabullado a ningún rival. Tienen a un jugador egipcio de buenas maneras que incluso un casi campeón como la Roma se quitó de encima. De su entrenador, nada que objetar. Un tipo simpático para ser alemán y conocedor de los que significa no tener presión de victoria. Con todos estos argumentos, qué más se puede decir que mueva a la reflexión. Nada, todo está vendido y embalado. Habrá que empezar a engalanar de nuevo los puntos de celebración para que al regreso el rito se repita. Habrán pasado raudos los ríos de tinta y las toneladas de papel servirán de alivio a las decepciones del día a día. Han ganado de nuevo y con ellos hemos conseguido reivindicarnos en nuestras propias creencias. La batalla ha concluido y el descanso se nos hará eterno hasta que el balón vuelva a rodar. En el interludio, el rojo monoestrellado , ejercerá de ujier ante los que mañana saquen pecho victoriosos o finjan resquemor por haber sido testigos, una vez más, y serán trece, de cómo el Madrid vuelve a conquistar el máximo galardón europeo. No, no es una fanfarronada; es, sencillamente, cuestión de lógica y experiencia extraída de otras tantas derrotas que apenas se quieren recordar por dolorosas.

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