miércoles, 13 de junio de 2018


1.  Estíbaliz S.



Prescindiré de apellidarla para evitarle el pudor que de seguro aparecería en forma de rubor en sus mejillas. Esas mejillas redondeadas que contornean su rostro nos hablan de la calidez humana que de ella nace y que tantas veces ha puesto de manifiesto a sabiendas o sin ser conocedora de ello. Desde sus veinte primaveras emana la luminosidad que sus pupilas prenden como si quisiera dar sentido a la caducidad y de paso negarla. Los bucles que la descienden han renegado de cualquier intento de domesticación y a modo de cataratas se descuelgan buscando su sonrisa. Sobre su pecho, un lecho de pétalos, rosadamente albos, la recogen y alfombran a modo de mostrador cálido. Los renglones torcidos se diluyen en la brevedad de las frases que suelen carecer de punto y final. Orientada hacia el norte, se ofrece como aguja imantada de la brújula para aquellos que siguen perdidos y desconcertados. Lo intuye, lo sabe, lo remedia. El bálsamo del desconsuelo se tiñe de verdes perpetuos desde las frialdades marmóreas. Nos saludamos desde el saludo impar que callada me devuelve y compruebo cómo es sabedora del mimetismo que compartimos. Alzo la vista y avergonzado pregunto sin obtener respuesta. Nada dice porque todo queda dicho desde el silencio que guarda. Verá transcurrir el tiempo desde el goteo incesante de los suspiros y tendrá la certeza de haber hecho feliz a quienes felices quiso. A no mucho tardar volveré a quedar con ella como siempre, de modo casual, como improvisado, como sin querer. Será, de nuevo, la cita menos deseada, menos planeada. Durará poco, lo sabe, está acostumbrada. Puede que incluso se vuelva a preguntar qué me lleva a girar la vista cuando nuestras vistas se cruzan e intercambiamos desconocimientos. No, no puede entenderlo aún. Es, sigue siendo, demasiado joven para comprenderlo y será mejor que siga con ese interrogante abierto cuya solución resulta desconocida. Sobre mí, seguirán acumulándose los almanaques de modo incesante; sobre ella, sobre Estíbaliz, aquellos que sumaron veinte decidieron cerrar el ciclo. Una vez más, veinte rosas blancas, continuarán poniendo rúbrica a la frase inextinguible que sobre un pupitre de mármol perdura.

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