Llamadas telefónicas
Reconozco mi devoción por los relatos y creo que
en alguna otra ocasión ya lo he manifestado. Juegan con la brevedad de un argumento y a
favor tienen la posibilidad de redención al pasar al siguiente. Uno no te gusta
y puede que el siguiente te apasione. Sin embargo, en este compendio que nos
firma Roberto Bolaño, la duda me asalta a la hora de calificar lo leído. Algunas
de las historias te envuelven y otras te dispersan; algunas te aferran al sillón
de lectura y otras te levantan de la incomodidad que supone la secuencia de líneas.
No sé. Supongo que uno mismo es incapaz de manifestarse con el mismo ánimo día
a día y por ello la duda entre el aplauso o la indiferencia sale a la palestra.
Jamás, por mediocre que resultara, sería capaz de silbar a nadie que se haya
atrevido a cruzar el Atlántico, situarse sobre la Costa Brava e intentara vivir
de sus letras. Achacaré a mi dispersión el hecho de no haberme cautivado en
grado sumo tal lectura. Sí, sin duda hay algunas historias en esta obra que nos
guían por las vicisitudes de aquellos que se mueven en la delgada línea de la
derrota. Seres que por ignorados claman ante las miserias del mejor modo que
saben. A veces desde la osadía, a veces desde el conformismo, siempre se asoman
unas gafas deslizándose por el caballete nasal como queriendo alejarse de la realidad
y eso, reconozcámoslo, al menos empatía provoca. Regresan ficciones en las que
amores se mezclan con desengaños y el sexo reclama un hueco entre aquellos que de
él hicieron medio de vida. Deberé releer alguno de ellos para dejar constancia
de haber pasado por sus vidas como mirón indiscreto hacia esas almas desnudas y
vacías. Leedlo si en vosotros prevalece el intento por encontrar respuestas que
pensabais únicas. Comprobaréis que las miserias humanas se tejen a modo de gabanes
sobre quienes pensaban ser dianas de un
destino incierto. Seguro que en algún momento de la lectura llega a vosotros la pausa reflexiva. Puede que sintáis el
susurro chileno de una voz que os está retratando una escena que creíais
ignorada. Las monedas no serán necesarias. Hace tanto tiempo que dejaron de
funcionar las cabinas telefónicas que a más de uno le parecerá estar viviendo
en otro siglo. Y llevará razón al así suponerlo. El disco decadactilado que las
identificaba dejó de girar y brevemente, como si no viniera a cuento, Bolaño,
nos lo vuelve a ofrecer. Que os guste o no, ya será otra cuestión abierta a
debate.
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