Cuando
ves cómo los quieren
Cuando
ves cómo quieren a tus hijos algo en tu interior aplaude y te abraza. Aplaude a
modo de parabién queriendo demostrarte que la sinceridad de ese cariño se la
han ganado por ser como son. Te abraza como si quisiera recompensarte por los
errores cometidos en su educación. Dejan de tener importancia en el momento en
que sabes que sus errores te pertenecen y sus aciertos ellos los firman. Y allí
están quienes ejercen de testigos dando fe de todo cuanto pensaste que los
tuyos merecían. Oyes el “sí, los queremos” desde cualquiera de los rincones que
los detalles van tendiendo a medida que la tarde se abre paso. Percibes nudos
en las gargantas con dos lazos de emociones de ida y vuelta. Escuchas
declaraciones de amor que solamente el amor es capaz de dictar para lanzarlas
al viento. Callas avergonzado las dudas que egoístamente surgieron desde el
exceso de tu celo hacia lo tuyo y te das cuenta del modo en el que la vida rotula
el camino. Y sonríes, te echas a un lado y dejas que la vida en común se abra
paso. Y ellas, y ellos, amigas y amigos incondicionales, te hacen hueco para
que la satisfacción y el orgullo se aposenten en el hueco que queda libre. Una
etapa deja de ser para que otra sea y tú, en medio, descendiendo la pendiente
que a su edad supuso el ascenso hacia lo que observas, gozas, compartes. Pasan
las horas más deprisa de lo que desearías en esa noche que se convierte en
madrugada, que se convierte en un nuevo día para que puedas, lentamente,
degustar lo vivido. Empiezas a entender ahora que los esfuerzos merecieron la
pena. Y en justa correspondencia inviertes el sentido del cariño y decides sin
ningún género de dudas que aquellos que los quieren se merecen que tú les
quieras y así se lo haces saber. Las emociones hablaron y de los tinteros de los
rostros aún se pueden distinguir las letras que dejaron constancia de aquella
mágica noche que ya resulta inolvidable. Sin duda alguna, tu sangre supo elegir
con quien y quienes compartir sentimientos.
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