Autoeditar
En estos tiempos que nos toca vivir parece imprescindible el
uso del prefijo auto- para realizar cualquier actividad. Es como si de buenas a
primeras la diversidad de oficios se aglutinaran en torno a una misma persona
para ofrecerle la posibilidad de hacerlo todo por sí misma. En lo que a mí
concierne, y dejando a un lado mis nulas cualidades para el bricolaje casero,
me vi abocado a la autoedición de mis libros. Y todo fue desde la causalidad
que vino a presentarse una tarde en la que la lluvia golpeaba la carrocería del
coche y yo esperaba dentro del habitáculo. Al otro lado de las ondas, Vázquez
Figueroa, hablaba sobre una de sus obras que ponía a disposición de los oyentes
lectores que así lo quisieran, y de modo gratuito. No recuerdo bien el título
pero sí el nombre de la editorial que impulsaba tal publicación. Se trataba de
Bubok. Y a partir de ahí mi curiosidad fue en aumento. Atrás quedaron las
visitas a editoriales en las que se imponía el apartado económico al de la
calidad. El mercantilismo sobre el que basaban las ediciones posibles no tenía
en cuenta el mayor o menor mérito del
escrito en cuestión y eso fue quizá lo que más me sorprendió. De modo que eché
a andar en esta aventura y de la mano de Bubok fueron naciendo a la luz. Por si
alguien no lo sabe y le interesa, sigues los pasos y pasas por caja a recoger
el producto final. Vas eligiendo formatos, portadas, correcciones, y todo tipo
de asesoramiento que quieras te es ofrecido. Puedes sacar a la luz tus obras en
cualquier formato y una vez tasado el precio final, ponerlas a la venta. Está
claro que todos los cauces legales a nivel de impuesto se cumplen y no tienes
más que esperar a hacer los pedidos. No voy a entrar en detalles técnicos ni me
voy a convertir en plañidera confesando el gravamen que supone ingresar los
mínimos beneficios a la hora de ser considerado contribuyente con doble entrada
de emolumentos; nadie me obliga y la satisfacción personal es más que sobrada. En cualquier
caso, como ya sabéis, el envío de los archivos
por vía email lo hago gustoso sin cargo alguno, porque de lo que se
trata es de compartir letras. En la orilla contraria, cuando el deseo de
dedicatoria de puño y letra quiere añadirse a la obra, no me queda más remedio
que comprar lo que yo mismo he creado o indicar los pasos al posible
adquiriente para que los siga. Obviamente, esto lleva un coste que se ha de
asumir, por muy autoeditado que esté. La cuestión final es que acabo siendo un
Juan Palomo, donde yo me lo guiso, yo me lo como, y siempre, siempre, merece la pena. En cuanto al temor a utilizar los medios
cibernéticos para comprar o dejar de hacerlo, cada cual es libre de tenerlo o
no; de hecho siempre pagamos en supermercados y en gasolineras con dinero metálico,
¿verdad?
Jesús(defrijan)
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