Abejas y avispas
No es que me mueva el interés excesivo por diferenciarlas
hasta que su propia presencia así lo solicita. Sé que unas se encargan de
fabricar la miel y otras se empeñan en marcar su territorio a golpe de aguijón
ante el menor intento de aproximación no permitida. Sé desde aquellos años de
infancia alrededor de la fuente, que un ungüento de barro suele ser un buen
remedio para la hinchazón provocada al
traspasar los límites de su vuelo cerca de los caños. Unas se encargan de
amamantar a la reina antes de que le colmenero de turno se vista de blanco y
esparza el botafumeiro que las haga huir y así apropiarse de su cosecha. Otras
revolotean sobre los geranios de las macetas o sobre los rosales que alumbran
de pétalos los patios en primavera. Pero de lo que no me cabe duda es de lo dañina que es la torpeza que se
atribuye el mayor de los insensatos a la hora de convertirse en captor
entomológico de alguna de ellas. Intentar ser el más astuto de los naturalistas
y querer reunir a una representación de ellas en un bote cristalino será un
esfuerzo tan absurdo como baldío al que premiarán tus vástagos con risas a
través de las ventanas protegidas convenientemente. De nada sirvió que te
advirtiesen de su rápida salida del panal fabricado al sol mientras el sol luce
si tú te empeñas en ser el captor invencible. A las tres de la tarde, en plena
canícula veraniega, sospecharás que están adormiladas en plena digestión y
osado te lanzarás a su captura. Esperar a la noche en la que su vuelo será
ciego o inexistente no es cosa de aguerridos
y te dispones a demostrarlo. Solo necesitarás cincuenta centímetros de
distancia para que un innumerable ejército de stukas gualdinegras te elijan como diana y te batas
en retirada refugiándote en el rincón más indigno de la casa. Corrieron la voz
y te persiguen con denuedo para
convertirte en un clon de San Sebastián
presto al martirio. Tras una hora, con un poco de suerte se batirán en
retirada y te habrán enseñado una lección
inolvidable en la que los capítulos tendrán como corolario final las
carcajadas de aquellas que llevan tu sangre. Sin duda alguna has contribuido a
hacerles entender dónde están los límites del riesgo y con algo de suerte
sabrán que están en no intentar correrlo y dejarte arrastrar por el miedo. Sea
como sea, caso de querer eliminar un avispero que suponga una amenaza para tu
solaz, mejor por la noche, a la luz de las velas y en buena compañía, eso sí.
Jesús(defrijan)
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