Las bandas sonoras de los viajes familiares.
Ni existían frecuencias moduladas ni los vehículos solían
llevar un equipo de música demasiado potente. El dial se movía entre emisoras
de onda media y en el mejor de los casos alguno disponía de la doble opción del
radiocasete. Y ahí era donde el conductor se ofrecía a la dualidad de ser el
icono del tema de Perlita de Huelva que
imploraba precaución al volante o ser el experto pinchadiscos de cromo en
cintas de sesenta minutos. Las había de todos los gustos, colores, sabores.
Podías empezar por los sones del teutón James Last, cruzar el charco hasta el
sabor de Sergio Mendes o elevarte a las alturas de los Andes con los Indios
Tabajaras. Cada cual con su estilo propio encaminado a procurarte un viaje de
lo más entretenido. A mí, particularmente me provocaba deseos de complicidad
este último grupo. Creo recordar que en sus portadas aparecían ataviados con
una corona de plumas, sin duda precolombinas, y bajo ellas se empeñaban en
esparcir sus melodías por todo el habitáculo. Desde el frontal, un “no
corrás papá” lucía frente
a la imagen de toda la familia
que viajaba también de frente a ese frontal. Desde la repisa trasera los limones se empeñaban en eliminar los
mareos. Todas las notas salidas de sus instrumentos embriagaban el viaje en un
bamboleo de punteos. Los boleros clásicos eran transferidos a las cuerdas de
las arpas o de las guitarras y el trayecto resultaba sumamente placentero. Tan
placentero que sigue siendo un misterio que hayamos sobrevivido a la somnolencia
que nos fue provocando kilómetro a kilómetro. No sólo el runrún del motor
ejercía de conga tántrica sino que las cataratas de Iguazú pasaban a ocupar el
lugar de nuestros párpados que buscaban el cierre total. Algún claxon en la
curva peligrosa nos sacaba del letargo
en un capote que San Cristóbal echaba en el último suspiro. Lo más curioso de todo fue conseguir que más
de un acompañante ocasional consiguiese
nombrar correctamente al grupo musical
en cuestión. De hecho, entre los
múltiples nombres que le fueron asignando, recuerdo especialmente aquel que los
tildaba como Indios Tanmajaras sin darse cuenta que los verdaderos majaras
éramos los cautivos de Morfeo a mayor gloria del tránsito seguro. Creo que rebuscaré por el trastero a ver si
quedan restos de aquellas melodías en alguna cinta Agfa grabadas. Lo de menos
será si es de hierro o de cromo; seguro que los duermo en el próximo viaje si
es que antes no se bajan del vehículo a todo correr con los primeros compases.
Jesús (defrijan)
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