miércoles, 18 de mayo de 2016


   Las bandas sonoras de los viajes familiares.

Ni existían frecuencias moduladas ni los vehículos solían llevar un equipo de música demasiado potente. El dial se movía entre emisoras de onda media y en el mejor de los casos alguno disponía de la doble opción del radiocasete. Y ahí era donde el conductor se ofrecía a la dualidad de ser el icono del  tema de Perlita de Huelva que imploraba precaución al volante o ser el experto pinchadiscos de cromo en cintas de sesenta minutos. Las había de todos los gustos, colores, sabores. Podías empezar por los sones del teutón James Last, cruzar el charco hasta el sabor de Sergio Mendes o elevarte a las alturas de los Andes con los Indios Tabajaras. Cada cual con su estilo propio encaminado a procurarte un viaje de lo más entretenido. A mí, particularmente me provocaba deseos de complicidad este último grupo. Creo recordar que en sus portadas aparecían ataviados con una corona de plumas, sin duda precolombinas, y bajo ellas se empeñaban en esparcir sus melodías por todo el habitáculo. Desde el frontal,  un  “no corrás papá”   lucía  frente  a  la imagen de toda la familia que viajaba también de frente a ese frontal. Desde la repisa trasera  los limones se empeñaban en eliminar los mareos. Todas las notas salidas de sus instrumentos embriagaban el viaje en un bamboleo de punteos. Los boleros clásicos eran transferidos a las cuerdas de las arpas o de las guitarras y el trayecto resultaba sumamente placentero. Tan placentero que sigue siendo un misterio que hayamos sobrevivido a la somnolencia que nos fue provocando kilómetro a kilómetro. No sólo el runrún del motor ejercía de conga tántrica  sino que  las cataratas de Iguazú pasaban a ocupar el lugar de nuestros párpados que buscaban el cierre total. Algún claxon en la curva peligrosa  nos sacaba del letargo en un capote que San Cristóbal echaba en el último suspiro.  Lo más curioso de todo fue conseguir que más de un acompañante ocasional  consiguiese nombrar correctamente al  grupo musical en cuestión.  De hecho, entre los múltiples nombres que le fueron asignando, recuerdo especialmente aquel que los tildaba como Indios Tanmajaras sin darse cuenta que los verdaderos majaras éramos los cautivos de Morfeo a mayor gloria del tránsito seguro.  Creo que rebuscaré por el trastero a ver si quedan restos de aquellas melodías en alguna cinta Agfa grabadas. Lo de menos será si es de hierro o de cromo; seguro que los duermo en el próximo viaje si es que antes no se bajan del vehículo a todo correr con los primeros compases.



Jesús (defrijan)      

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