Parrilla de salida
Supongo que será la consecuencia del auge del automovilismo
lo que da pie a cuanto veo cada vez que salgo a pasear. A ambos lados
del cauce convertido en arteria verde de la ciudad, pertrechados en unos monos coloridos y protegidos con
auriculares insonorizados, unos peones calientan motores. Y lo hacen al más puro estilo del piloto
avezado que suele aparecer en cualquier prueba del campeonato mundial de
fórmula uno. Ni previas clasificatorias ni nada que se le parezca. Los sponsors
a la espera de rotular sobre el carenado sus productos y los octanos listos para ser el
alimento de esos émulos benhurianos a lomos del monoplaza. He de confesar que
el nivel de corte del césped mantiene sus credenciales y por más líneas de
nazca que pudieran vislumbrarse desde las alturas, el circuito queda de lo más lucidor. La única competencia
posible la ofrecen los palomos semidormidos que huyen ante el rugido de semejantes
cilindros. La única distracción el paso
de algún ciclista despistado que les saca de su concentración a pesar de la
envidia que les despiertan. La única certeza es saber que ocuparán la pole en
la carrera definitiva que a buen seguro imaginan para sus adentros. Más de una
sonrisa esparcida tras el halo de verdor recién regado dan testimonio de todo
ello y por más insistencia que tenga la hierba en crecer, más pundonor en el
empeño por parte de estos nikis laudas de los parterres. Aquellos que habéis
disfrutado como yo de las pistas de coches de choque, sabréis de qué hablo.
Allí, tras las fichas amarillas, bajo los sones de la canción de moda, más de
uno empezamos a aficionarnos a los volantes. El destino quiso que sólo los
elegidos acabasen siendo los reyes de un monoplaza que todas las mañanas
disputa un nuevo gran premio sobre un asfalto verde. La bandera a cuadros no se
necesita; de sobra saben que serán ellos los ganadores y la corona de laurel se la
trenza su sonrisa.
Jesús(defrijan)
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