El Jardín de las Hespérides
Caía la tarde y atravesando los hilos verdes de los cipreses
el Sol se iba despidiendo. A ambos
flancos de acceso, dos puertas acorazadas contaban los minutos que restaban
para cancelar el permiso de paso y una jornada más, su misión habría concluido. Sobre el óxido de
su metal se leían dedicatorias con la
certeza plena de ser las ignoradas en el tránsito de las prisas. A ambos lados,
las gravas alfombraban el humus y las huellas de pisadas hablaban por ellos.
Con la premura habitual en quien la prisa conoce, dos rostros se miraban y
sonreían. Cuatro manos se entrelazaban alternando caricias en aquellos que
sedientos andaban de ellas. Palabras que se agolpaban sobre los labios en un
atropellado intento de salir a la luz para manifestar lo que tan evidente
resultaba. Poco importaban las miradas furtivas de quienes escudados tras unos auriculares se aislaban
de aquella representación sublime del
deseo. Era su espacio y en ese espacio volaban como Ícaros fugaces por los cielos azules que ni las nubes
encapotaban. Se sabían y se tenían. Desde las forjas próximas, las ninfas
cómplices entonaban susurros de aprobación y entre el rumor de las aguas se
escribía el prefacio de lo imperecedero. Las tórtolas se sumaban desde los
arrayanes de la pérgola haciéndose testigos de tales sentimientos. Venus
intentaba ocultar su mirada para no pecar de indiscreta y su intento
resultaba baldío. Los hibiscos se sonrojaban queriendo extender un telón
protector a la intimidad que se precisaba. Y más allá, Hércules, proclamando la
envida que apenas podía disimular, sonreía complacido desde su cautivo
pedestal. Pronto pasarían fugaces las manecillas del reloj que anunciarían el
epílogo a la nueva representación y todo
volvería a la anormalidad diaria. A sus costados, ajenos a todo, las mil vidas grises bostezarán tras el
volante la pereza de la rutina diaria a la espera del semáforo verde que les
lleve de nuevo al gris. Y mientras tanto, en un último intento de olvidar las
advertencias del carcelero, nuevas
promesas de amor prendidas bajo las pinzas del nervioso adiós, ellos dos se
dirán lo que ya se saben una vez más. Esta vez volverán a abrirse a la noche la
cancela de la esperanza mientras las Hespérides vestirán con un cubre de
estrellas a los sueños de ellos dos en un último intento innecesario de hacer eterno aquello que es para siempre.
Jesús(defrijan)
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