viernes, 27 de mayo de 2016


   El Jardín de las Hespérides

Caía la tarde y atravesando los hilos verdes de los cipreses el Sol se iba despidiendo.  A ambos flancos de acceso, dos puertas acorazadas contaban los minutos que restaban para cancelar el permiso de paso y una jornada más,  su misión habría concluido. Sobre el óxido de su metal se leían dedicatorias  con la certeza plena de ser las ignoradas en el tránsito de las prisas. A ambos lados, las gravas alfombraban el humus y las huellas de pisadas hablaban por ellos. Con la premura habitual en quien la prisa conoce, dos rostros se miraban y sonreían. Cuatro manos se entrelazaban alternando caricias en aquellos que sedientos andaban de ellas. Palabras que se agolpaban sobre los labios en un atropellado intento de salir a la luz para manifestar lo que tan evidente resultaba. Poco importaban las miradas furtivas de quienes  escudados tras unos auriculares se aislaban de aquella  representación sublime del deseo. Era su espacio y en ese espacio volaban como Ícaros fugaces   por los cielos azules que ni las nubes encapotaban. Se sabían y se tenían. Desde las forjas próximas, las ninfas cómplices entonaban susurros de aprobación y entre el rumor de las aguas se escribía el prefacio de lo imperecedero. Las tórtolas se sumaban desde los arrayanes de la pérgola haciéndose testigos de tales sentimientos. Venus intentaba ocultar su mirada para no pecar de indiscreta y su intento resultaba  baldío. Los hibiscos  se sonrojaban queriendo extender un telón protector a la intimidad que se precisaba. Y más allá, Hércules, proclamando la envida que apenas podía disimular, sonreía complacido desde su cautivo pedestal. Pronto pasarían fugaces las manecillas del reloj que anunciarían el epílogo a la nueva representación  y todo volvería a la anormalidad diaria. A sus costados, ajenos a  todo, las mil vidas grises bostezarán tras el volante la pereza de la rutina diaria a la espera del semáforo verde que les lleve de nuevo al gris. Y mientras tanto, en un último intento de olvidar las advertencias del  carcelero, nuevas promesas de amor prendidas bajo las pinzas del nervioso adiós, ellos dos se dirán lo que ya se saben una vez más. Esta vez volverán a abrirse a la noche la cancela de la esperanza mientras las Hespérides vestirán con un cubre de estrellas a los sueños de ellos dos en un último intento innecesario de hacer  eterno aquello que es para siempre.



Jesús(defrijan)

No hay comentarios:

Publicar un comentario