Juan Tallón
No tengo el gusto de conocerlo más allá de lo que su voz
delata cada vez que el domingo radiofónico se abre a las ondas desde el
programa “A vivir que son dos días” que
dirige y presenta Javier del Pino. A eso de las ocho y pocos minutos, presentado
como se suele presentar al habitual de cualquier rincón compartido,
aparece y deja su estampa. No es
que sea de mucho dormir pero he de reconocer que me mueve la
curiosidad por saber qué motivo lanzará sobre la almohada aún somnolienta. De
ahí que la atención se despereza a la espera de la sorpresa y nunca resulto inmune a la carcajada que me
provoca. De hecho he tenido que contenerme para no despertar al resto de la
prole que lo más probable es que siga intentando recuperar lo que la noche del
sábado les robó. A estas alturas no me voy a convertir en crítico de nadie y
mucho menos de quien debe acumular méritos más que suficientes. Lo único que no
voy a pasar por alto es el hecho de declararme un afortunado más entre los
limes de afortunados que disfrutamos con esa socarronería propia del gallego
que le viste. Esparce pullas con el acero del susurro de un deje que más
pareciera llegar de puntillas de un naufragio llamado vida. Pega estocadas como si el hoyo de las agujas del astado al
que le van dirigidas llevase marcada la cruz invisible ante la que será
imposible el yerro. Habla del ayer como si estuviera tendido sobre los medios
de un coso a la espera de un porta gayola
con la que sorprender de nuevo. Y a fe que lo consigue, semana a semana.
Así que me siento dual ante la tesitura de seguir escuchándolo y seguir
sintiéndome el Salieri penitente ante
semejante pluma cargada desde el tintero
de la genialidad. Solamente intentaré que la envidia no se me note en exceso
para seguir siendo el tallonadicto que se despierta cada mañana de domingo con el canto de un gallo cada vez, cada
semana, más cojonudo.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario