domingo, 15 de mayo de 2016


      Juan Tallón

No tengo el gusto de conocerlo más allá de lo que su voz delata cada vez que el domingo radiofónico se abre a las ondas desde el programa  “A vivir que son dos días” que dirige y presenta Javier del Pino. A eso de las ocho y pocos minutos, presentado como se suele presentar al habitual de cualquier rincón compartido, aparece  y deja su estampa. No es que  sea de mucho dormir  pero he de reconocer que me mueve la curiosidad por saber qué motivo lanzará sobre la almohada aún somnolienta. De ahí que la atención se despereza a la espera de la sorpresa  y nunca resulto inmune a la carcajada que me provoca. De hecho he tenido que contenerme para no despertar al resto de la prole que lo más probable es que siga intentando recuperar lo que la noche del sábado les robó. A estas alturas no me voy a convertir en crítico de nadie y mucho menos de quien debe acumular méritos más que suficientes. Lo único que no voy a pasar por alto es el hecho de declararme un afortunado más entre los limes de afortunados que disfrutamos con esa socarronería propia del gallego que le viste. Esparce pullas con el acero del susurro de un deje que más pareciera llegar de puntillas de un naufragio llamado vida. Pega estocadas  como si el hoyo de las agujas del astado al que le van dirigidas llevase marcada la cruz invisible ante la que será imposible el yerro. Habla del ayer como si estuviera tendido sobre los medios de un coso a la espera de un porta gayola  con la que sorprender de nuevo. Y a fe que lo consigue, semana a semana. Así que me siento dual ante la tesitura de seguir escuchándolo y seguir sintiéndome el Salieri  penitente ante semejante pluma  cargada desde el tintero de la genialidad. Solamente intentaré que la envidia no se me note en exceso para seguir siendo el tallonadicto que se despierta cada mañana de domingo  con el canto de un gallo cada vez, cada semana, más cojonudo.



Jesús(defrijan)       

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