Cámera café
La mayoría de las veces en las que se presenta la ocasión de
hablar sobre algo, ese algo aparece de modo espontáneo como sin avisar,
atropellando a los motivos que aguardaban turno. De ahí que intentes ponerlos
en lista de espera ante una inminente salida procurando que no se agolpen y a
veces lo consigues. De hecho, hoy pensaba hablar sobre un motivo que no
recuerdo y nada más mirar al noreste de mi frontal, el motivo ha salido en
forma de cafetera. Una cafetera que parece sacada del casting de “Cámera
café” que recibe el goteo incesante de quienes nos encomendamos a ella
como despertadora a lo largo de la
jornada. Luce, la muy sibilina, cinco estantes sobre los que alternan las
diferentes sustancias azucaradas y los palitos de plástico a la espera de su
sacrificio aleatorio sin perdón alguno. A la derecha, una especie de surtidor
que ya quisiera para sí la mejor de las réplicas de estanque chinesco plagado
de ciprinos, luce una palanca que servirá de prensa al liofilizado medallón que
reposa sobre un serpentín acerado. Tiene por ventura no devolver monedas y
precisar de una ingesta continua de agua para no convertirse en un depósito de
oasis de Atacama. Y con todo esto, siendo preciso seguir las instrucciones como
si de un submarino nuclear bajo tu mando se tratase, lo magnífico viene a
continuación. Si has acertado en la elección trilera del sabor esperado, sobre
la repisa caerá y te permitirá llevarlo en andas hasta el émbolo prensor. Con
cierta parsimonia dejarás caer toda la fuerza del pistón para conseguir que el
paso del agua acabe trayéndote el café esperado. Nada que no se sepa hasta
ahora, que no hayas visto realizar, que no seas capaz de hacer autónomamente. Y
entonces es cuando llega el momento supremo de la degustación. Aquí es cuando
la imagen del seductor de películas que prestó su imagen te sigue sonriendo desde su dentadura perfecta
y te incita a sentirte como él. Es en ese instante cuando toda una corriente de
ígnea mixtura desciende hasta tu esófago y tú, incauto creyente, empiezas a
echar de menos el auténtico sabor de aquel café recién molido. De nada servirá
que adereces este ungüento con la cápsula láctea que alguien consideró
necesaria dejar sobre el flanco de estribor para evitar naufragios mayores. Si
los polvos diluidos no sabían a café por sí mismos, el añadido no va a
convertirlo en lo que no es. De
cualquier modo, mientras la hucha interior del artefacto se queda con el
cambio, tú volverás a recordar aquellas mañanas en las que el humeante aroma
llegaba desde la cocina y pensarás que eres uno más de los que han sido
convertidos a la fe de lo inmediato bajo la penitencia de la estupidez. Bueno
ya acabé; voy a ver si llevo monedas y me tomo uno que me está entrando sueño;
¿alguien quiere?
Jesús(defrijan)
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