miércoles, 25 de mayo de 2016


      La mirada hacia el ombligo

No sé donde leí en una ocasión un cuento que rezaba así. Trataba sobre una sociedad en la que los conciudadanos se habían acostumbrado a mirarse el ombligo y nada más nacer eran amaestrados a ello. Pasaban los años de su niñez y los de su juventud  en un entorno que no admitía divergencias y a coro pregonaban las virtudes que según todos les revestían. Lo suyo era, sin duda, lo mejor, lo supremo, lo fetén, lo incuestionable.  Y en tal creencia fueron sobreviviendo años y años,  en una constante repetición de dichas máximas. Cuenta  cómo  en ciertos momentos aparecieron  conciudadanos  que llegaron a cuestionarse mínimamente si todo aquello correspondía a la realidad. Parece ser que ante el más mínimo intento de plantear preguntas, fueron inmediatamente silenciados. Unos por propio miedo desistieron de sus  erróneas creencias que tomaron por buenas en un momento de debilidad. Otros opusieron más resistencia, pero a la larga fueron convencidos de su error. De los mecanismos utilizados para reconvertir dichas creencias no recuerdo bien, aunque he de pensar que ocuparon un mínimo espacio en las páginas de dicho cuento.  Lo que no puedo dejar de pensar es en el hecho de reiterar como en la historieta mencionada la mirada hacia el ombligo de nuevo. Suele ser aquella que lanzamos de modo metafórico hacia nuestro propio yo, como si no existiera nada más hacia dónde dirigirla.  Va acompañada por la espera de que alguien más salga a hacerte compañía para ratificar tu acierto en la elección de tus ojos. Y normalmente aparecen múltiples motivos  que actúan como catalizadores de esas inercias. Decidir si es  lo mejor o no para la mayoría se convierte en un aval sobre el que estampar la firma notarial de no mirar en horizontal y seguir con la cabeza gacha. De modo que nos movemos en el  giro centrípeto que nos lleva irremediablemente al fondo del pozo. Nada me parece más penoso que un acuerdo común tomado antes de cualquier discusión. De nada sirve empecinarse en ratificar aquello que de entrada ya se acepta como dogma. Da igual cual sea el motivo si lo que se pone en tela de juicio ganador es  aquello de “como lo mío, como lo nuestro, nada”.  Y ahí que cada cual vaya añadiendo ejemplos si quiere y verá como en el fondo  se reconoce injusto  calibrador de virtudes. Lo importante es que quede constancia por las buenas o por las malas de que mi opinión comulga con la de la mayoría y ahí radica la razón. Si me mueven unos colores deportivos, si me mueve la pasión por un grupo musical, si me mueve la necesidad imperiosa de demostrar amor por un territorio, si me mueve cualquier cosa que aumente mi pertenencia al grupo, se dará por bueno todo el esfuerzo. Quizás el día que decidamos levantar el mentón y mirar hacia el frente tengamos tan curvada la cerviz que no seremos capaces de ver más allá de nuestras narices. Puede que entonces comprobemos  que siguen empeñadas en fundirse con el ombligo en un intento final de ser convertidos en esferas sin  aristas dispuestas a rodar calle abajo.



Jesús(defrijan)

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