La mirada hacia el ombligo
No sé donde leí en una ocasión un cuento que rezaba así.
Trataba sobre una sociedad en la que los conciudadanos se habían acostumbrado a
mirarse el ombligo y nada más nacer eran amaestrados a ello. Pasaban los años
de su niñez y los de su juventud en un
entorno que no admitía divergencias y a coro pregonaban las virtudes que según
todos les revestían. Lo suyo era, sin duda, lo mejor, lo supremo, lo fetén, lo
incuestionable. Y en tal creencia fueron
sobreviviendo años y años, en una
constante repetición de dichas máximas. Cuenta
cómo en ciertos momentos
aparecieron conciudadanos que llegaron a cuestionarse mínimamente si
todo aquello correspondía a la realidad. Parece ser que ante el más mínimo
intento de plantear preguntas, fueron inmediatamente silenciados. Unos por
propio miedo desistieron de sus erróneas
creencias que tomaron por buenas en un momento de debilidad. Otros opusieron
más resistencia, pero a la larga fueron convencidos de su error. De los
mecanismos utilizados para reconvertir dichas creencias no recuerdo bien,
aunque he de pensar que ocuparon un mínimo espacio en las páginas de dicho
cuento. Lo que no puedo dejar de pensar
es en el hecho de reiterar como en la historieta mencionada la mirada hacia el
ombligo de nuevo. Suele ser aquella que lanzamos de modo metafórico hacia
nuestro propio yo, como si no existiera nada más hacia dónde dirigirla. Va acompañada por la espera de que alguien
más salga a hacerte compañía para ratificar tu acierto en la elección de tus
ojos. Y normalmente aparecen múltiples motivos
que actúan como catalizadores de esas inercias. Decidir si es lo mejor o no para la mayoría se convierte en
un aval sobre el que estampar la firma notarial de no mirar en horizontal y
seguir con la cabeza gacha. De modo que nos movemos en el giro centrípeto que nos lleva
irremediablemente al fondo del pozo. Nada me parece más penoso que un acuerdo
común tomado antes de cualquier discusión. De nada sirve empecinarse en
ratificar aquello que de entrada ya se acepta como dogma. Da igual cual sea el
motivo si lo que se pone en tela de juicio ganador es aquello de “como lo mío, como lo nuestro,
nada”. Y ahí que cada cual vaya
añadiendo ejemplos si quiere y verá como en el fondo se reconoce injusto calibrador de virtudes. Lo importante es que
quede constancia por las buenas o por las malas de que mi opinión comulga con
la de la mayoría y ahí radica la razón. Si me mueven unos colores deportivos,
si me mueve la pasión por un grupo musical, si me mueve la necesidad imperiosa
de demostrar amor por un territorio, si me mueve cualquier cosa que aumente mi
pertenencia al grupo, se dará por bueno todo el esfuerzo. Quizás el día que
decidamos levantar el mentón y mirar hacia el frente tengamos tan curvada la
cerviz que no seremos capaces de ver más allá de nuestras narices. Puede que
entonces comprobemos que siguen
empeñadas en fundirse con el ombligo en un intento final de ser convertidos en
esferas sin aristas dispuestas a rodar
calle abajo.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario