La dosis diaria de farmacopea
Estamos tan acostumbrados a los medicamentos que ante el más
mínimo síntoma nos vemos en la necesidad
de buscar en ellos el alivio temporal o definitivo. Poco importa si son de
marca o genéricos. Lo importante es que nos procuren el alivio de un modo
seguro y a veces cierto. Eso, hoy en día. Porque hubo un tiempo en el que se
dispensaban casi como golosinas en una comercialización tan corriente como
inocua. Los había de todo tipo. Desde linimentos para el dolor muscular hasta las
variaciones purgativas que venían a procurar el alivia intestinal perezoso. El
denominado Yer competía con el Alemán y en ambos casos se establecía un combate eficaz al que
se sumaban de cuando en cuando las Zeninas.
Poco importaba que por nuestro interior la flora se rindiese ante
semejante eficacia si el resultado era el esperado. Más de una peritonitis tuvo su origen en esta
ingesta y más de una malva creció bajo sus designios. Pero sin llegar a esos
casos extremos de exterminio, he de reconocer que hubo quienes demostraron no
sólo fortaleza y resistencia ante cualquier alquimia, sino que además, buscaban
todas las tardes el duelo a la caída del sol en forma de grageas. Y si alguien demostró dominio
absoluto sobre dicha lid fueron mis añoradas vecinas Ángeles y María. Ambas a
ambos lados de la calle compartían escobas de palma por las mañanas para darle
lustre a la Iglesia y ambas emprendían a la puesta del sol la senda hacia el
botiquín que ocupaba hueco al lado de los ovillos de lana. Ángeles era más
directa a la hora de pedir como si llevase estricta cuenta de las ya ingeridas
y sabía cuál le tocaba cada día de la semana, por supuesto, bajo propia
prescripción. María era más anárquica, y se dejaba llevar por el capricho como si de bolas de confites se tratase. Ahí empezaba la pugna entre el Okal, la
Cafiaspirina, la Aspirina o el Optalidón. Estos cuatro jinetes del apocalipsis
tenían a gala saberse los elegidos y
creo que entre ellos mismos se vanagloriaban de ser los preferidos. Ni un mal gesto que delatase úlceras estomacales, llegaron a demostrar a lo largo de su dilatada existencia. De ahí
que cada vez que veo pasar a los coetáneos cargados de medicamentos en la
actualidad no dejo de sonreír
recordándolas. Si su longevidad se debió al acetisalicílico o a su
filosofía de vida es algo que se llevaron al más allá como secreto de faraonas
bien guardado , que hoy, sin receta, por supuesto, ha vuelto a salir a la luz.
Fuera, las escobas de palma, las siguen echando de menos y yo también.
Jesús(defrijan)
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