jueves, 19 de mayo de 2016


      La dosis diaria de farmacopea

Estamos tan acostumbrados a los medicamentos que ante el más mínimo síntoma nos  vemos en la necesidad de buscar en ellos el alivio temporal o definitivo. Poco importa si son de marca o genéricos. Lo importante es que nos procuren el alivio de un modo seguro y a veces cierto. Eso, hoy en día. Porque hubo un tiempo en el que se dispensaban casi como golosinas en una comercialización tan corriente como inocua. Los había de todo tipo. Desde linimentos para el dolor muscular hasta las variaciones purgativas que venían a procurar el alivia intestinal perezoso. El denominado Yer competía con el Alemán y en ambos  casos se establecía un combate eficaz al que se sumaban de cuando en cuando las Zeninas.  Poco importaba que por nuestro interior la flora se rindiese ante semejante eficacia si el resultado era el esperado.  Más de una peritonitis tuvo su origen en esta ingesta y más de una malva creció bajo sus designios. Pero sin llegar a esos casos extremos de exterminio, he de reconocer que hubo quienes demostraron no sólo fortaleza y resistencia ante cualquier alquimia, sino que además, buscaban todas las tardes el duelo a la caída del sol en forma de  grageas. Y si alguien demostró dominio absoluto sobre dicha lid fueron mis añoradas vecinas Ángeles y María. Ambas a ambos lados de la calle compartían escobas de palma por las mañanas para darle lustre a la Iglesia y ambas emprendían a la puesta del sol la senda hacia el botiquín que ocupaba hueco al lado de los ovillos de lana. Ángeles era más directa a la hora de pedir como si llevase estricta cuenta de las ya ingeridas y sabía cuál le tocaba cada día de la semana, por supuesto, bajo propia prescripción. María era más anárquica, y se dejaba llevar por el capricho  como si de bolas de confites se tratase.  Ahí empezaba la pugna entre el Okal, la Cafiaspirina, la Aspirina o el Optalidón. Estos cuatro jinetes del apocalipsis tenían a gala saberse los elegidos  y creo que entre ellos mismos se vanagloriaban de ser los preferidos.  Ni un mal gesto  que delatase úlceras estomacales,  llegaron a demostrar  a lo largo de su dilatada existencia. De ahí que cada vez que veo pasar a los coetáneos cargados de medicamentos en la actualidad no dejo de sonreír  recordándolas. Si su longevidad se debió al acetisalicílico o a su filosofía de vida es algo que se llevaron al más allá como secreto de faraonas bien guardado , que hoy, sin receta, por supuesto, ha vuelto a salir a la luz. Fuera, las escobas de palma, las siguen echando de menos  y yo también.  



Jesús(defrijan)

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