- Cáceres
Resulta
curiosa la paradoja de ir a descubrir una tierra que tantos descubridores
parió. Y como inicio, Trujillo, cuna de Pizarro, a quien una estatua ecuestre
rinde homenaje en plena Plaza Mayor como reclamando valor a los osados que
quisieran seguir sus pasos allende los Andes. El regusto a ciudad histórica,
empedrada, empinada, porticada, habla de lo que fue y sigue mostrando. Y a unos
cuantos kilómetros las flores de los cerezos anunciando la próxima cosecha en
el Valle del Jerte serpenteado colinas arriba. Y próximo a todo ello,
Plasencia, monumental, callada, con el sello
señorial que da la pausa de los siglos. Y los nidos de cigüeñas
anunciando una próxima llegada del interminable ciclo vital migratorio. Y
kilómetros más allá, Mérida. Ciudad fundada para recompensa y solaz de aquellos
generales curtidos en mil batallas dirigiendo a sus legiones en pos de
encumbrar al Imperio. Vestigios de representaciones teatrales en las que las
cariátides enmascaran los vicios y virtudes puestos en escena. Y más allá,
Guadalupe, dueña y señora de la inmensidad catedralicia, que como casi siempre
comenzó como ermita, que previamente fue
lugar de aparición mariana, como siempre sucede en el ritual devocionario. Y
Cáceres, capital de todo ello, desde cuya Plaza Mayor el Arco de la Estrella,
nos abre las puertas hacia el interior de la historia. Palacios y más palacios
tanto nobles como clericales y la Torre de Bujaco como atalaya vigía de todo. Y
en una esquina de la Catedral, San Pedro de Alcántara ejerciendo de benefactor
ante todo aquel que le besa sus pies. Según cuentan, es capaz de conseguirte
pareja, lograr que te cases o ver cumplidos tus deseos. No necesariamente deben
ir encadenados los tres mencionados, pero si la tradición lo aconseja, pues
para qué negar la posibilidad. Sea como fuere, caso de que tanto ajetreo de
viaje breve, te lleve al cansancio, lo mejor será regresar a Trujillo y
degustar en La Troya, todo aquello que la caza ofrezca o el cerdo dicte. Quizás
es aconsejable observar las dimensiones de las tapas y contrastarlas con las de
las raciones para no llevarte una sorpresa ante el tamaño de las mismas. Y caso
de que el tiempo apremie, degustar la famosa Patatera, cumplirá sobradamente
con las expectativas de saciarse. Mientras tanto, mientras la digestión avanza
a paso lento como si de una procesión se tratase, podremos imaginar a Orellana
echando de menos a su tierra en mitad del Amazonas. Sólo los osados y valientes
son capaces de arriesgarse. Y el riesgo de ir a conocer Cáceres solo entraña el
peligro de regresar con el buen sabor de boca por el acierto de la elección.
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