miércoles, 4 de enero de 2017


Rojo y negro



Podría suponerse que esa dualidad de colores que da título a la novela de Stendhal responde al maniqueísmo propio de la existencia. Pasión frente a luto, vivacidad frente a tristeza, alegría frente a duelo. Sea como fuere, en estas líneas que conforman la obra, el desarrollo vital de un joven provinciano alejado de los cánones que la cuna le otorga, sigue un trayecto hacia el éxito social y capitalino de mano de las pasiones. El joven Julián, a medida que se va desligando de sus raíces empieza a crecer de un modo tan inesperado como dubitativo hacia un éxito esperanzado. Y como primer peldaño de su ascenso, el amor adúltero le sale al paso y a él se aferra. Podría parecer que juega con los sentimientos de quien hasta entonces no ha conocido el significado de los mismos al llevarlos sujetos por las riendas del convencionalismo. Y allí, ambos dos, se dejan  arrastrar por los designios que no son capaces de controlar. Ella, la pulcra señora Rênal, la fiel esposa, la madre equilibrada, se deja llevar por el futuro del hoy que su amante le proporciona. Sacian entre los vaivenes de las normas sus apetencias y solamente la admiración napoleónica de él se interpone en sus planes. La suerte está echada y, por más giros que la llegada a la gran urbe le pueda ofrecer, Julián sabe que su suerte está echada. Allí, de manos de su atractivo, es llevado a las inmediaciones de la alta burguesía y como si de un juguete se tratase, Mathilde de La Mole, hija del marqués de tal título, pretende convertirlo en otro de sus pretendientes. Lejos estaba de sospechar que será ella misma quien acabe rendida a los encantos de este que tan dispar resulta del resto de los de su casta. Julián sigue su ascenso y una serie de circunstancias en las que los celos de su amante anterior van abocando a la obra hacia un final trágico. Un asesinato incompleto, un juicio severísimo en el que no admite ayudas a su favor, un encarcelamiento a la espera de la guillotina y una cascada de actos heroicos por parte de aquella que no es capaz de asumir su destino. Un hijo en vísperas que no podrá disfrutar de su padre convertido en un clon del Bautista bajo el capricho de una Salomé llamada penitencia. La cueva del Jura será quien sirva de panteón poniendo epílogo a una de las obras que mejor reflejan el poder del deseo por más obstáculos que la vida les proponga. Como toda obra romántica, el final es tan previsible que acabas sintiendo lástima por aquellos que no supieron medir las consecuencias de sus actos mientras la vida misma les sigue compadeciendo.            

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