Rojo y negro
Podría suponerse que esa dualidad de colores que
da título a la novela de Stendhal responde al maniqueísmo propio de la
existencia. Pasión frente a luto, vivacidad frente a tristeza, alegría frente a
duelo. Sea como fuere, en estas líneas que conforman la obra, el desarrollo
vital de un joven provinciano alejado de los cánones que la cuna le otorga,
sigue un trayecto hacia el éxito social y capitalino de mano de las pasiones.
El joven Julián, a medida que se va desligando de sus raíces empieza a crecer
de un modo tan inesperado como dubitativo hacia un éxito esperanzado. Y como
primer peldaño de su ascenso, el amor adúltero le sale al paso y a él se
aferra. Podría parecer que juega con los sentimientos de quien hasta entonces
no ha conocido el significado de los mismos al llevarlos sujetos por las
riendas del convencionalismo. Y allí, ambos dos, se dejan arrastrar por los designios que no son
capaces de controlar. Ella, la pulcra señora Rênal, la fiel esposa, la madre
equilibrada, se deja llevar por el futuro del hoy que su amante le proporciona.
Sacian entre los vaivenes de las normas sus apetencias y solamente la
admiración napoleónica de él se interpone en sus planes. La suerte está echada
y, por más giros que la llegada a la gran urbe le pueda ofrecer, Julián sabe
que su suerte está echada. Allí, de manos de su atractivo, es llevado a las
inmediaciones de la alta burguesía y como si de un juguete se tratase, Mathilde
de La Mole, hija del marqués de tal título, pretende convertirlo en otro de sus
pretendientes. Lejos estaba de sospechar que será ella misma quien acabe
rendida a los encantos de este que tan dispar resulta del resto de los de su
casta. Julián sigue su ascenso y una serie de circunstancias en las que los
celos de su amante anterior van abocando a la obra hacia un final trágico. Un
asesinato incompleto, un juicio severísimo en el que no admite ayudas a su
favor, un encarcelamiento a la espera de la guillotina y una cascada de actos
heroicos por parte de aquella que no es capaz de asumir su destino. Un hijo en
vísperas que no podrá disfrutar de su padre convertido en un clon del Bautista
bajo el capricho de una Salomé llamada penitencia. La cueva del Jura será quien
sirva de panteón poniendo epílogo a una de las obras que mejor reflejan el
poder del deseo por más obstáculos que la vida les proponga. Como toda obra
romántica, el final es tan previsible que acabas sintiendo lástima por aquellos
que no supieron medir las consecuencias de sus actos mientras la vida misma les
sigue compadeciendo.
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